A partir de las 17 hs habrá un taller de composición, teoría y práctica, de unas 3 horas. A las 20 hs presentará su libro y a las 20.30 hs se emitirá la película.
Corsini esquina Gardel, tango y canción criolla
Un libro acerca de un cantor que tuvo éxito considerable, puesto en su tiempo por encima de cualquiera de sus colegas, cediendo precedencia sólo al cantor de tango por antonomasia. Y sin embargo poco recordado hoy. Esta obra propone su recuperación plena, incluso como aporte a la identidad nacional.
Pablo Dacal
¿Por qué escuchamos a Ignacio Corsini?
Buenos Aires. Gourmet Musical. 2021.
128 páginas.
El autor de estas líneas ya ha escrito aquí sobre Ignacio Corsini. Al tiempo de publicado ese artículo “descubrí” este libro. Se lo podría caratular como un ensayo informal, sin aparato erudito, lo que no quita que trasluzca una buena investigación acerca del cantor.
¿Dos maneras de ser argentinos?
Desde el comienzo de la obra Dacal marca un itinerario. El rescate de ese “gran olvidado” (así se autodenominó el propio Corsini en sus últimos años) es asimismo el de la canción criolla. Anterior al tango y a lo que hoy denominamos como folklore, y básicamente rural. El libro ensaya la reivindicación de valses, milongas, estilos, tristes y vidalitas, todas piezas claves del repertorio del “caballero cantor”, que no excluyó al tango pero no lo puso en el centro de sus elecciones musicales.
Esa defensa de la también llamada “canción nacional” queda encuadrada en una cierta interpretación de la cultura de nuestra sociedad. Lxs argentinxs seríamos “un pueblo diletante que aún no ha descubierto los misterios de una tierra antigua ni su propia razón de ser.”
De allí se parte hacia una cierta contraposición entre el rubio nacido en Sicilia y el “morocho” por excelencia. Carlos Gardel, que asimismo partió del cancionero criollo, sí se convirtió a pleno en “tanguero”. Y aprovechó con máxima eficacia el desarrollo impetuoso de las industrias culturales en las décadas de 1920 y 1930.
Foto: Gardel y Corsini en amable diálogo.
De la mano del cine sonoro se proyectó sobre el espacio entonces llamado “iberoamericano”. Más aún, la muerte lo alcanzó cuando se preparaba para cantar versiones en inglés y así lanzarse al mercado angloparlante. Sus ambiciones en orden a la difusión de su arte no tenían límites.
No eran una aspiración más, sino el resultado de un conocimiento intuitivo acerca de cómo llegar al éxito, lo que incluía desde cierta internacionalización de su repertorio hasta lo que hoy llamaríamos una “construcción de imagen” que no desdeñaba ni la forma de encender un cigarrillo.
Corsini sería la contracara, en la visión de Dacal. Cultor de lo espontáneo, poco atento a la publicidad, invariable en sus elecciones musicales. Incluso retirado del quehacer musical mucho antes de su muerte, y a partir de allí casi recluido, ceñido a un círculo íntimo de amistades.
Conoció algunos grandes éxitos a lo largo de su carrera, con su vértice en La pulpera de Santa Lucía. Con ayuda del compositor y guitarrista Enrique Maciel y el poeta Héctor Pedro Blomberg multiplicó ese suceso en el “cancionero federal”, un ramillete de narraciones musicalizadas en torno a la época de Juan Manuel de Rosas. Allí están La guitarrera de San Nicolás, La china de la mazorca, La canción de Amanda, entre varias otras.
Sin embargo, nunca explotó a fondo la maquinaria de la cultura de masas. En el apogeo del cantor con orquesta, continuó con el acompañamiento de guitarras, en la época de oro del tango siguió con sus canciones de sabor campero. Según Dacal siempre quiso cantar por el solo gusto de hacerlo, como los niños y los pájaros.
¿Opuestos o sólo diferentes?
Cabe interrogarse acerca de si la contraposición Gardel-Corsini funciona del todo. Tal vez sería mejor pensarlos como dos actitudes, de las cuales la del francoargentino tuvo una plasticidad, una capacidad de adaptación al medio no exenta de iniciativa propia. El cantor criollo que era Corsini no quiso o no pudo levantar vuelo en otras direcciones. Lo que no le impidió registrar versiones tangueras memorables. Eso sí, como bien señala Dacal, tangos en su mayoría sin alusiones arrabaleras ni lunfardas, aptos para un público más de “clase media”, reacio a escuchar acerca de miserias y violencias.
Quizás por allí se puede rastrear la estrategia hacia el éxito de I.C. La búsqueda de ser grato en un “ambiente familiar”, integrado por señoras serias, niñas educadas y padres de familia trabajadores y respetables. Seguramente intervenían sus gustos personales, el mismos era hombre de familia, esposo amable y padre dedicado. No se inmoló en un altar de pureza artística, sino que siguió la corriente que mejor articulaba con sus propias preferencias.
Un mérito indudable del enfoque de Dacal es la defensa de la escucha de Corsini, aún en el siglo XXI. De esas canciones que hablan dulcemente de un tiempo remoto, que hacen referencia a la Argentina anterior al aluvión inmigratorio, al apogeo de la urbanización y a la exacerbación de los conflictos sociales. Hay allí un sabor inefable, unas melodías de estructura simple, aptas incluso para ser cantadas en un patio, en reuniones de pocas personas.
No hay necesidad en cambio de ponerlas en antinomia con los tangos bien urbanos, poblados a veces de lunfardismos que poblaron buena parte de la trayectoria gardeliana Ni con el romanticismo depurado y sin marcas de nacionalidad que constituyó el eje de su etapa cinematográfica, en inimitable dupla compositiva con Alfredo Le Pera.
El autor destaca cierta prosapia política de Gardel, frecuentador, como es sabido, de comités conservadores. Es cierto sin embargo que forzó la máquina en varias direcciones. Desde cantarle al golpe que derrocó a Hipólito Yrigoyen en Viva la patria, hasta el ensayo de “crítica social” en Pan o Acquaforte. El hombre de Sicilia puso en cambio sordina a sus preferencias políticas. Incluso transitó el primer peronismo con una mirada de simpatía, compatible con el cuidado de no asumir compromisos públicos y tajantes.
Juntos en la admiración
Hoy podemos permitirnos el goce de escucharlos a ambos. Sin renegar de algún exceso “hollywoodense” del ídolo máximo. Ni enamorarnos del todo de la ingenuidad del circo criollo o de las reuniones de barrio, los que parecen haber sido el hábitat preferido del “caballero”.
Es más que plausible reclamar que se escuche más a Corsini. Que no se relegue a ese cancionero que le fue distintivo y que incluso aportó a la historia del tango, como puede comprender cualquiera que escuche La viajera perdida o La que murió en París.
Así como ir al rescate de esas letras con protagonistas femeninas dotadas a su modo de personalidades fuertes, personajes no tan usuales en la trayectoria del género. Nada de eso requiere retacear admiración por obras maestras de la interpretación como las versiones gardelianas de Mano a mano o Melodía de arrabal.
Si se nos permite la paradoja fácil y sin embargo válida, es al menos peculiar la escena de dos migrantes nacidos en Europa, disputándose la manera más apropiada de ser argentino. Quizás es mejor pensar que buscó cada uno su camino en una sociedad atravesada por enormes cambios, con relaciones sociales en ebullición y consumos culturales entonces recientes, como el disco y el cine, en trance de masificarse.
Quede en pie la idolatría por el hombre que nació en Toulouse como Charles Romuald Gardés. Póngase cada vez más atención al que vio la luz en Troina, Sicilia y dejó registros que debieron ser inolvidables y hoy se escuchan poco, salvo el imperecedero éxito de La pulpera… Esos dos mandatos complementarios debieran ser compatibles y revelarnos bajo distintas luces una realidad que ya casi cumple un siglo.
Con los matices del caso, el libro de Pablo Dacal cumple de modo cabal el deber de argumentar a fondo sobre los motivos para escuchar a Ignacio Corsini, tal como se propone en su título. Razón de más para una atenta lectura.
Dejamos a los lectores dos grabaciones de Corsini. Un tango y una canción criolla. Ambas con composición musical del mencionado Maciel y versos de autoría del también nombrado Blomberg.