A fines de 1929 se agudizan una vez más los problemas fronterizos con Chile y se sospechaba de un ataque sorpresa del vecino país. Por eso el 30 de enero de 1930 acuatizan en el lago Nahuel Huapi 2 hidroaviones matriculados AP-1 y AP-2 al mando del teniente Sautú Riestra y el suboficial Valentín Feilberg.
Buscan un lugar apropiado para la operación de los hidroaviones, finalmente amarrarán en Puerto Pañuelo que por entonces era una isla separada de la península de Llao-Llao.
Se establecen cerca del hotel de madera de Otto Rothlisberger, quien hospeda y les facilita una lancha, colaborando también el guardaparques Carrizo. Se realizan vuelos de observación sobre la cordillera, en especial sobre los pasos de Puyehue y Hua-Hum, acuatizando en el lago Lácar, cerca de San Martín de los Andes.
Allí, como no puede hacerse de otra forma, los tripulantes desembarcan en las ancas de caballos de los vecinos. Esta presencia aérea fue valiosa para desalentar, ciertos proyectos que tenían una preparación peligrosamente avanzada.
Información confidencial
Fue el mandatario de Alemania, mariscal Hindenburg quien hizo llegar a su par argentino D. Hipólito Irigoyen en 1930 una grave información confidencial. Quizás como señal de agradecimiento por la neutralidad argentina durante la Primera Guerra Mundial, Hindenburg le informó que el servicio de inteligencia alemán tenía pruebas de un plan de “Invasión relámpago” a la Patagonia por parte de Chile.
Foto: Tripulantes de los hidroaviones: De izquierda a derecha: NN; suboficial mecánico J. L. Pefaure; teniente de fragata F. Bachini; fotógrafo J. Mut; teniente de fragata Sautú Riestra; suboficial V. Feilberg; mecánicos suboficial Molina y cabo Pérez.
El ataque sorpresa sería sobre Zapala para continuar con Neuquén con rumbo a Bahía Blanca. Mientras que otro frente avanzaría hacia Comodoro Rivadavia. Ese territorio argentino tenía escasas guarniciones, incapaz de rechazar una irrupción aérea que podría bombardear los diques de carena de Puerto Belgrano, dejando huérfanos de manteniendo a nuestros buques de guerra. El plan era peligrosamente perfecto.
Foto: Los hidroaviones Fairey IIIF matriculados AP-1 y AP-2
El presidente Irigoyen convocó al Inspector General del Ejército, general Severo Toranzo, y entre ambos planearon como desbaratar la amenaza. Había que planear rápidas contramedidas con la aviación; eligieron al Fairey IIIF, biplano, patrullero que podía usar ruedas o pontones, velocidad de crucero 210 km/h, 3 tripulantes, podía equiparse con ametralladoras y 250 kgs. de bombas.
La escuadrilla Fairey operaba en la Base Aeronaval Puerto Belgrano. El mismo presidente en persona, designó a Alberto Sautú Riestra, joven alférez de navío aviador naval, reconocido por su coraje y habilidad profesional, le encomendó una precisa misión: inspeccionar y fotografiar los pasos cordilleranos, documentando la presencia del ejército chileno. Fue así que dos patrulleros Fairey IIIF con flotadores el AP-1 y AP-2 con 6 hombres de tripulación y 2 más que habían adelantado por tierra despegaron con rumbo al lago Nahuel Huapi el 30 de Enero de 1930.
Se establecieron primeramente en Puerto Pañuelo, relativamente cerca de las guarniciones chilenas de Temuco, Puerto Montt y Aisen. Estas amenazaban nuestros lugares más expuestos: el tramo ferroviario Zapala Neuquén con las explotaciones petrolíferas de Plaza Huincul y el puente en la confluencia del río Neuquén y Limay.
Foto: Alférez de navío Sautu Riestra, suboficial Pefaure, fotógrafo Mut.
Sautú Riestra puso en juego toda su astucia. Planeó cruzar la cordillera, casi en línea recta hasta Puerto Montt y su poderosa base aérea. También supo que los dormitorios de los pilotos estaban lejos de la pista. De este modo calculó que mientras los centinelas descubrieran el vuelo de los Fairey — y los pilotos corrieran a calentar motores para despegar y atacarlos–, tendría tiempo de reconocer, fotografiar y desaparecer de vuelta tras la frontera.
Para asegurar esta maniobra, eligió la mañana de un domingo, cuando los pilotos probablemente tuvieran el sueño más pesado. Como su apostadero en Puerto Pañuelo había sido ya publicitado por los diarios, pensó que la escuadrilla chilena trataría de adelantarse para descubrirlo en esta zona, así que se instaló en otro lago cercano y allí disimuló sus máquinas entre los árboles de la costa. Poco tiempo después los argentinos oyeron pasar la escuadrilla chilena que los buscaba.
Entonces, y siguiendo el audaz plan previsto, despegaron y consiguieron sobrevolar las instalaciones militares chilenas. Luego, no se movieron durante dos días, para después repetir la maniobra sobre rutas más al norte hasta El Tromen. El fotógrafo Jaime Mut completó una colección de fotografías verticales y oblicuas que documentaron la poderosa concentración de fuerzas, probablemente listas para un ataque.
Inmediatamente, la Argentina dispuso un rápido operativo de contención desplazando efectivos militares por tierra hasta las regiones amenazadas. Pero el factor sorpresa se había perdido para los trasandinos y con él, la clave de su eventual triunfo.
“El brazo aéreo de la Armada Argentina actuó a tiempo en una brillante maniobra preventiva y conjuró el peligro”
Alas sobre la Patagonia” de Oscar Rimondi