Fue un 27 de octubre de 1921 cuando el británico Shirley Kingsley, piloteando un biplano Airco, aterrizó cerca del Nahuel Huapi, previo sobrevuelo que asustó a más de un poblador del “Paraje Correntoso”, hoy Villa la Angostura. Fue el primer aterrizaje en la historia de nuestra región. Escribe Yayo de Mendieta.
A George Arkness Newbery -que antes del novecientos ganó fama en Buenos Aires con su hermano Ralph, también dentista norteamericano y aún más aventurero- la noticia lo preocupó. El telegrama despachado desde Nahuel Huapi lo enteró de la enfermedad de un hijo en la estancia sureña y concibió la idea de llegar en vuelo aunque nadie lo había hecho hasta entonces.
Ese 23 de octubre de 1921, un mes exacto antes de cumplir 65 años, no pensó en riesgos. La vida era un riesgo. El 24 de abril de 1906, a los 58 años, cerca de Río Grande en Tierra del Fuego donde buscaba oro, falleció su hermano Ralph. Dos hijos de éste -Eduardo y Jorge- se habían inmolado en fatalidades aéreas.
Pensó en un amigo piloto militar británico, joven, optimista, flemático y de bigote chaplinesco que, concluida la Primera Guerra Mundial recaló en Buenos Aires y fascinó a los argentinos con sus proezas aéreas.
El mayor de la fuerza aérea británica Shirley H. Kingsley había demostrado desde junio de 1919, que un servicio aéreo comercial podía unir Buenos Aires con Montevideo, y lo hizo con el primer viaje de ida y regreso en el mismo día.
Entre esos primeros pasajeros alistó a Aaron Anchorena, tan vinculado al lejano lago. Para las necesidades de los porteños audaces Kingsley fundó la River Plate Aviation y una escuela de pilotos en San Isidro (el 23 de mayo de 1921).
Sumaba 100 mil kilómetros recorridos en la Argentina, buena parte de ellos encomendados por La Nación y que tripuló el periodista Guillermo Estrella para notas urgentes. Con el sí del mayor británico a Newbery, el día 25, la oportunidad lo fue también para Estrella.
Al día siguiente, el miércoles 26 de octubre, los tres audaces gozaron el carreteo a bordo del Airco de 375 HP que se elevó en el suburbio de Buenos Aires y puso nariz hacia Bahía Blanca.
El ruido infernal de la pequeña cabina sacudida por el intenso viento adverso impedía todo diálogo de Newbery con Estrella, una pena ya que ambos eran yacimientos de experiencias y anécdotas, pero decidieron comunicarse solo lo necesario y por escrito. Se cruzaron notas hasta que al mediodía aterrizaron en la ciudad puerto del sur bonaerense.
Foto. Construido como DH.4 por la firma Glendower en 1916, AIRCO lo modifica para el transporte de pasajeros, en marzo de 1919, y lo re-denomina DH.4A. (Foto: Courtes y Susan Collins)
“El mayor Kingsley juzgó prudente esperar hasta la mañana siguiente para ver si amainaba el fuerte viento arrachado”, apuntó Estrella y lo publicó dos días después. Es que había que ahorrar nafta hasta Cipolletti o arriesgarse a lo peor. Telegrafiaron a Río Colorado para que alistaran combustible y partieron a las 5 y 30 con escaso viento norte que favorecía la travesía.
Hacia el Nahuel Huapi
Cruzaron la puerta de la Patagonia, la costearon después de dejar los cangrejales de la bahía y siguieron por la costa y luego el desierto (Estrella anotó que le recordó pasajes de La Cautiva); pero la Patagonia también era, además de ese páramo ocre, un drama regional.
La situación de los obreros rurales de Santa Cruz se había agudizado y estaba por desatarse el gran drama y huelgas que reprimiría infortunadamente el Ejército, allí encabezado por el célebre comandante Varela. Pero el Airco de Kingsley en su vuelo volcó un ala y torció al oeste sobre el cauce de ese río entre ocre y bermellón hasta descender -a las 7 y 30 de la mañana- en Río Colorado.
Allí el maestro – ante la rebeldía de los chicos por correr hasta el aparato metálico- suspendió la clases. Un tropel de vascos buscaron a sus mujeres para volver de a caballo, en coches o volantas. Kingsley mismo cargó el combustible mientras un lugareño confesó que “no quería morirme sin ver uno de estos aeroplanos”, y ya entonces dispuesto a morir tranquilo.
Todos quedaron agitando los brazos cuando los tres viajeros treparon por los aires. No pasó mucho tiempo hasta que sobrevolaron sobre la isla de Choele-Choel que al cronista le pareció una caja de juguetes y una hora después sobrevolaban la estación Roca y las quintas del valle.
Cuando apareció el pequeño poblado de Cipolletti el viento arreció y Kingsley realizó “majestuosamente varias evoluciones”, arrojó volantes a las calles, lo que encendió encarnizadas luchas por obtenerlos. Los volantes tomados por la hélice pegaban como balines en la cabina (volaban a 1500 metros de altura y a 180 kilómetros horarios).
Aterrizaje hacia el crepúsculo
Newbery, sabía que podía pasar lo peor. Se vio graduándose de odontólogo en Nueva York (1877) y viajando ese mismo año a la Argentina, donde Ralph se había casado y trabajaba como dentista notorio. También se espió 30 años antes desposándose de Fany Belle Taylor y arriesgándose a una luna de miel por Chile para cruzar la cordillera sobre mulas (1891) para llegar a la misma estancia hacia donde se dirigía por aire.
Kingsley iba casi a ciegas pero igual cortó camino. Newbery cruzaba mensajes escritos con él y con Estrella. Hacía dos días que los barilochenses iban, vadeos por medio, hasta la estancia San Ramón, donde los viajeros pensaban aterrizar. El visionario Primo Capraro desbordaba de entusiasmo.
El telégrafo denunció el paso por Cipolletti y los remisos pobladores aceleraron la partida desde Bariloche para no perderse el aterrizaje, lejano, ya que se había desestimado un terreno más cerca, preparado apenas se supo del vuelo.
Se oteaba el horizonte desde el mediodía hasta que un águila -según le contaron luego al cronista Estrella- confundió a los lugareños, divididos entre progresistas y conservadores.
“Un morador de Bariloche se irguió sobre un peñasco y arengó a la multitud. Tenía la certeza que lo avistado era un aeroplano”, reprodujo el cronista que no dudó en creerlo un apóstol. Atardecía, y muchos emprendieron el regreso por creer que los viajeros no llegaban o habían aterrizado en otro lugar.
“El automóvil del señor García, vecino de este pueblo y corresponsal de La Prensa, ocupado por nueve personas, incluidos algunos niños, se despeñó en un barranco. Dos de las hijas del señor García sufrieron contusiones”, publicó La Nación con un día de demora.
Los viajeros avistaron el lago y un súbito viraje contrastó con el suave aterrizaje en un campo de avena a dos leguas del pueblo. Eran las 19 y 30. Atardecía. Esa misma noche Primo Capraro encabezó la Comisión de Fomento que agasajó a los viajeros. Al día siguiente, Kingsley y Estrella surcaron el lago en demanda de sus islas y bellezas. El británico, que se sepa, nunca volvió.
Estrella, en cambio, a los pocos meses marchaba con la expedición de Emilio Frey a dilucidar el misterio del plesiosaurio lacustre denunciado por el fabulador texano Martín Sheffield.
Yayo de Mendieta
Villa la Angostura