La batalla contra las drogas en la turística localidad sureña de la provincia de Neuquén se viene perdiendo al compás de un estado que no presta debida atención a este flagelo, donde cada vez son más los niños y adolescentes que ingresan al mundo de la delincuencia, con consecuencias directas en su salud y en el tejido social al cual pertenecen. Por el abogado Cristian Hugo Pettorosso.
En los barrios más populares de Villa la Angostura, se observa en los últimos tiempos un incremento del número de jóvenes que son tentados “laboralmente” por distribuidores de estupefacientes locales, para que salgan a repartir drogas en cercanías de escuelas primarias y colegios secundarios, y también para lleven las sustancias ilícitas mediante servicio de delibery directamente hasta la casa del consumidor.
Según se observa en publicaciones de redes sociales, la cocaína, marihuana, ácidos, metanfetaminas y otros psicoestimulantes y depresores del sistema nervioso central -incluidos fármacos de venta bajo receta médica-, se reparten a domicilio con la facilidad que requiere enviar un mensaje de texto en una aplicación celular, previo pago que se puede hacer por billetera virtual o directamente con dinero efectivo en mano al momento de efectuarse la transacción.
Para estos repartos o “mandados” como suelen decirle en el ambiente, los narcos vienen utilizando mano de obra de adolescentes y también hasta niños, aprovechándose de situaciones de extrema vulnerabilidad e inimputabilidad que apareja su corta edad; dándose casos de menores entre 11 y 15 años que acuden a formar parte de un sistema de distribución que opera al margen de la ley, pero con pleno conocimiento de instituciones de un estado que asoma ausente y perezoso a los pedidos de seguridad que clama la gente, que no hace nada -o al menos, lo suficiente- para impedirlo.
Los resultados del déficit de oficio público están a la vista, derivando en un problema de salubridad de proporciones que no se pueden disimular ya por las consecuencias que inciden directamente en el incremento de la inseguridad que se padece, donde la Policía con su mejor vocación no alcanza al confrontar con los escasos recursos que cuenta para hacer frente a una dinámica delictiva que la supera en creces.
Esos chicos son captados por bandas que se dedican al narcomenudeo y que tienen conexiones con otras estructuras situadas en ciudades como Neuquén, San Martín de los Andes, Junín de los Andes, y ya más al sur, en la provincia de Río Negro, en San Carlos de Bariloche y El Bolsón; y que hace varios años operan impunes y crecientes en un negocio mortal que mueve cientos de millones al mes solo en este corredor cordillerano, con capacidad de comprar hasta las voluntades más impensadas, inclusive de funcionarios públicos.
Múltiples denuncias se han hecho ante la Justicia por vecinos decididos a no ser parte del problema, porque el silencio es complicidad. Funcionarios denunciados, también. Todavía no se ven los resultados de tan valioso compromiso ciudadano, dado que, se sabe a los cuatro vientos, a la justicia neuquina se le cae la venda cuando los imputados se vinculan con las líneas del poder.
Por el contrario, dando impresión burlesca, cada vez se ven más drogas expuestas al comercio que se publicitan en atractivos menúes a la carta, con fotografías y videos de la letal mercancía que se oferta con balanzas de precisión y hasta con mejores precios por compras mayoristas.
En un contexto social complejo, donde la crisis económica imperante golpea fuerte en todos los ámbitos, pero sobre todo en familias con menores ingresos, se crea un escenario propicio para la captación de aquellos jóvenes que suelen pasar más horas en la calle que en sus propios hogares (en caso de tenerlos), siendo atraídos por narcos mediante uso de promesas distintas que en las más de las veces jamás se cumplen; pasando esos adolescentes a formar parte de la adicción que ellos mismos distribuyen hasta incluso dentro de ámbitos educativos -en aulas y en baños-, teniendo los dealers mano de obra barata y esclavizada que culmina en abandono de estudios, escape de sus hogares, hurtos, robos, ataques sexuales, prostitución, depresión, tentativas de suicidio; suicidios, y, ya más grandes, en el encarcelamiento o muerte a causa de peleas por deudas de drogas o lucha por dominar territorios de venta en los barrios.
Pero todo se tapa desde los ejes de poder, porque no conviene a la industria del turismo -principal motor de la economía local-, que se muestre evidente una realidad que duele y disgrega, que viene matando en silencio, enfermando, destruyendo familias y proyectos de vidas en personas vulnerables. Esa imagen indeseada mancilla la postal del paraíso y no debe mostrarse bajo la inteligencia que mueve las manijas del poder, porque afecta intereses económicos; dejando así liberada, por omisión de deberes, la zona para actividades que los jóvenes van naturalizando, asumiendo como única prioridad el consumo.
La narcocultura que viven desde hace años, donde las drogas ilícitas fueron toleradas y hasta fomentadas oficialmente con prédicas alegóricas a los beneficios de “ir despacio”, no ha hecho más que facilitar el acceso de la juventud a tan nocivos venenos, procurándose por entonces empatizar con un modelo que simulaba atacar la problemática; y -visto es- que no solo no ha servido para mermar las intoxicaciones, sino que ha contribuido a la expansión de los usos y abusos de sustancias prohibidas, resultando en más drogodependientes que hoy no pueden ser asistidos por un estado al que no le interesa rehabilitarlos, cuando, sin embargo, otrora hiciera profusas campañas de tolerancias a los hábitos que conllevan a la enfermedad.
La realidad que antaño se veía lejana, como ocurre hace añares en el conurbano bonaerense, hoy toca de cerca al jardín de la Patagonia, donde las flores ya no perfuman como antes a causa de las drogas que tornan hediondas las tardes y noches de los angosturenses más desprotegidos, frente a una inseguridad que aumenta marcada y proporcional a la distribución descontrolada que se publicita en la red Telegram, a la vista de todos -también de las autoridades- y que ha cambiado el humor social, porque ya nadie se siente seguro en este rincón de la cordillera neuquina, donde las montañas ahora se tiñen blancas no solo por la nieve.
El panorama es más preocupante al tomar conciencia que circulan a la venta en esa misma red social hasta armas de fuego clandestinas que pueden terminar en manos de estos jóvenes olvidados por las autoridades, que delinquen para sufragarse el veneno que se expande cada vez más, y por todos lados, sin distinguir clases sociales.
Los puntos de ventas de drogas ilícitas al menudeo aumentan en los barrios. La sociedad aún espera respuestas de un sistema adormecido por distintos factores; siendo que los discursos oficiales ya no alcanzan, porque la mentira tiene patas cortas y la corrupción manos largas.
Esto sucede en un pueblo de pocos habitantes, en una aldea montañesa con dos entradas que hacen de sendas salidas. Solo un par de direcciones que posibilitarían una fuga que no ocurre nunca, porque los mercaderes de la muerte conviven entre ellos.-