Fue quien tuvo la iniciativa en solitario de fundar una misión jesuítica a orillas del Nahuel Huapi. Trajo los manzanos, y enseñó a leer y escribir a las comunidades Poyas y Puelches. Su labor fue reconocida por el Conde de Lemos, Virrey del Perú, quien le envió una imagen original de la virgen, hoy conocida como Nuestra Señora del Nahuel Huapi y entronizada – la original- en la Iglesia de Achao, Chiloé. Escribe Yayo de Mendieta. Video explicativo.
En 1670 el padre Nicolás Mascardi inició desde Chiloé el cruce de la cordillera junto a un grupo de indígenas poyas que había liberado de la cárcel en Calbuco, Chile.
Este inquieto misionero italiano, realizó la epopeya de cruzar las montañas en soledad en busca de la leyenda de la Patagonia: la fabulosa “Ciudad de los Césares” y, simultáneamente, crear una nueva Misión jesuítica a orillas del “gran lago” en comunidad con los Poyas y los Puelches.
Así fundó la Misión Nahuelhuapi, que podría ser un claro ejemplo de la literatura patagónica en la que se entremezclan el sacrificio, la perseverancia, la humildad y finalmente la tragedia.
Acosado por el hambre y el intenso invierno cordillerano, donde las bajas temperaturas y las fuertes nevadas, se sumaban al peligro de las constantes amenazas de muerte de los Puelches disidentes, sobrellevó con increíble entereza esta Misión hasta las últimas consecuencias.
Mascardi construyó la Misión en la actual península Huemul, actual provincia de Neuquén, utilizando el camino que unía a Osorno para cruzar por las tierras que hoy pertenecen al ejido de Villa la Angostura.
Desde un primer momento, estableció reciprocidad con el indígena. Pidiendo la abolición de la esclavitud a España, logra convertir a poyas y puelches al cristianismo.
Fue también quien construyó una capilla en la Península de Huemul y una segunda en el Brazo Última Esperanza del lago Nahuel Huapi, en la desembocadura del Totoral, en honor a la Virgen de los Desamparados.
Su dedicación pronto habrá de tener su recompensa. En el año 1672, el virrey de Perú le obsequia una imagen de la Virgen María tallada en cedro a quien entroniza en la misión bajo el nombre de Nuestra Señora de los Poyas. Su sucesor, el padre Felipe de La Laguna le añadiría en 1704 y de los Puelches como símbolo de la unión de los dos pueblos originarios del Norte y Sur del Nahuel Huapi.
Dos años más tarde, el 15 de febrero de 1674, padre Mascardi es asesinado por poyas opositores y la Misión es abandonada por casi tres décadas.
Foto: Unos de los escritos originales que envió Nicolas Mascardi desde la Misión “Nahuelhuapi” a Roma informando sobre sus actividades a orillas del Nahuel Huapi.
Su increíble vida
Nació el 5 de septiembre de 1624 en Sarzana (La Spezia), Italia. Sus padres fueron Alberigo Mascardi y María Federici di Lorenzo di Sestri Levante.
Don Alberigo Mascardi era jurisconsulto, y un hermano suyo (tío de Nicolás Mascardi) llegó a ser Obispo de Novio en 1621. Otro familiar directo, de nombre Agustín, había ingresado anteriormente a la Compañía de Jesús, pero no perseveró en su vocación. Sin embargo, llegó a adquirir una notable fama como historiador y filósofo, siendo muy respetado en la Corte pontificia de Urbano VIII.
Ingresó en el Colegio Romano, creado por el propio fundador de la Compañía de Jesús, donde se quedó en calidad de interno por mantenerse su familia en Sarzana. Fue allí donde manifestó su deseo de ser jesuita y le aseguró su vocación en una carta que le escribiera a su profesor, el Padre Carlos Francisco de Luca, donde aseguraba que de ser necesario fugarse de su casa paterna para poder llevar adelante su vocación, lo haría sin titubear.
De hecho, esto hizo Nicolás Mascardi para sumarse a la Compañía de Jesús. Tenía sólo 14 años cuando, un 20 de noviembre de 1638, huyó de su hogar e ingresó en el Noviciado de San Andrés del Quirinal en Roma. Tuvo por maestro en su noviciado a Juan Pablo Oliva, quien ocuparía posteriormente el cargo de General de la Orden.
Cursó Retórica desde 1640 hasta 1642 y posteriormente Filosofía durante tres años en el Colegio Romano. Durante su aprendizaje fue discípulo del Padre Atanasius Kircher con quien, como se demostrará más adelante, mantuvo una activa correspondencia durante toda su vida e influyó en su personalidad afecta a los libros y al conocimiento.
Durante el bienio 1645-1646 encontramos a Mascardi desenvolviéndose en el Colegio de Orvieto, como Maestro de Primera Clase y Prefecto de la Congregación de Estudiantes, según puede comprobarse en un catálogo de aquellos años. La definición “Primera Clase” no significa la más importante, sino la del primer año de latinidad, en la que los alumnos se iniciaban con los estudios de idiomas, como latín y griego.
En 1645 llegó la autorización para su nuevo destino: la Vice-Provincia de Chile. En dos oportunidades había escrito sendas cartas solicitando ser enviado a aquellas lejanas tierras, de donde le llegaban noticias de la enorme tarea que la Congregación jesuítica había iniciado a principios de siglo.
Foto: Foto: Dibujo del siglo XVII del jesuita Bernardo de Havestadt donde muestra la vestimenta del padre Mascardi, con sombrero y ponchos por las duras condiciones climáticas
Comenzó con los estudios de Teología en octubre de 1647. Poco después llegó a Roma el Padre Alonso Ovalle -quien ocupaba por entonces el cargo de Procurador de la Provincia de Chile- y pronunció numerosos discursos a favor de las misiones que tenía la Orden en esa Provincia jesuítica. Éste “les habló con tanto fervor a los alumnos romanos que varios de ellos decidieron regresar en su compañía a Chile para participar en esta tarea misionera”.
Entre ellos se encontraba Nicolás Mascardi quien sintió, una vez más, que era su principal objetivo viajar a estas lejanas regiones en el sur de América. Fue por este motivo que pidió ser enviado para trabajar junto al Padre Ovalle en la evangelización de los indígenas que allí habitaban. En las mencionadas cartas fechadas en 1640 y 1642 ya le escribía a su General Padre Mucio Vitelleschi y suplicaba “no puedo permitir que tantas almas redimidas con la preciosa sangre de Cristo Jesús se pierdan por falta de quienes les prediquen. Día a día, Dios Nuestro Señor enciende en mí, más y más, el deseo de abandonar las comodidades de la Europa y entregarme a las fatigas del Apostolado. Si es por falta de recursos para costear mis viajes, creo poder decir que mis parientes me ayudarán en ese punto”.
Rumbo al Nuevo Mundo
Ante tan ferviente intención sus Superiores autorizaron el destino deseado por este admirable sacerdote.
En marzo de 1647 partió de Génova donde se despidió de sus padres, a quienes nunca más volvería a ver. Ante la falta de embarcación que partiera con destino a América, permaneció durante casi tres años en el Colegio de Plascencia, donde se ocupó de dictar la cátedra de Latín. Finalmente en los primeros meses de 1650 se trasladó a Sevilla, desde donde cruzó el mare tenebrosum, desde Cádiz hasta Panamá, adonde arribó en noviembre de ese año. Tuvo allí la oportunidad de observar un eclipse de luna, cuyos resultados consignó en una carta que le escribiera a su ex-profesor, el Padre Kircher, en 1653, un año después de arribar a Santiago de Chile.
Luego de estudiar durante cuatro años Teología, obtuvo el examen general con excelentes calificaciones. La tesis o conclusiones de su estudio de Teología (que disertara en el Acto General de Teología) fueron impresas por el propio religioso en una versión tipográfica, y que fue la primera de las que realizaría en Chile.
Esto queda documentado a través de la carta (fechada el 20 de julio de 1653) que el belga Juan de Coninck le enviara al mencionado Padre Kircher, donde expresaba que “el Padre Mascardi se encuentra muy bien, como veo por una carta suya que me ha escrito desde Chile, y sabemos que defendió toda la Teología, en un acto público de índole académico, habiendo él mismo impreso la Tesis, las cuales fueron la primera publicación que se ha escrito en Chile”.
Sobre la forma en que logró imprimirse esta obra no se ha llegado a una conclusión terminante. El reconocido historiador Guiseppe Rosso opina en su obra que fue una xilografía, realizada por el mismo sacerdote. Sin embargo, no se pueden descartar otras dos hipótesis que refieren, la primera, que los jesuitas que pasaron a Chile con el Padre Ovalle, hubieren traído desde Europa una pequeña imprenta casera, precisamente para utilizar en impresiones breves como comunicaciones, avisos, etc…
Una segunda describe la alternativa de que el mismo Mascardi abriera a pulso las matrices de las letras, y fundiera las necesarias para hacer la impresión de su obra. Lo concreto es que las conclusiones o tesis del Acto General de Teología fue impresa en 1652, y que “dicho acto fue de tanta prestancia, por haber entonces el Padre Mascardi hecho una resumpta elegantísima en tres lenguas: latina, griega y hebrea, que los Superiores determinaron dedicarle el Profesorado Universitario”.
Sin embargo, lejos estaba este notable jesuita de querer ejercer este cargo, sino que aspiraba a ser designado a una misión para poder desarrollar su tarea evangelizadora. Rechazó entonces este honor, y solicitó nuevamente ser designado a una misión, petición que fue aceptada ante la notable insistencia de Mascardi.
Teniendo pleno conocimiento de la difícil tarea que le representaría llevar la Palabra de Dios a la nación araucana se dedicó a dominar la lengua indígena. Una vez logrado este objetivo comenzó con su misión desde la residencia de Buena Esperanza a la cual fue asignado en su primer destino. Ésta se encontraba a medio camino entre Valdivia, al sur, y Concepción, al norte, pero ubicada al oriente, y no al poniente con las dos ciudades chilenas mencionadas.
Sobre sus primeras acciones en esta misión, se escribe que continuó con el perfeccionamiento del dominio de la lengua araucana y “que en esto tuvo gran facilidad y don de las lenguas en todas las misiones que estuvo. Y como el aprender las lenguas no está más que en querer y tener afición al ministerio de los pobres indios, el Padre que la tenía tan grande, y tan afectuosa voluntad a este ministerio, luego la supo, y comenzó a doctrinarlos y predicar a aquellos bárbaros con celo apostólico y ferviente deseo de conversión, y con su buen agrado y santas amonestaciones hacía de ellos cuanto quería, y amasaba sus fieros naturales, que en esta Misión había muchos infieles y muchos que ya habían recibido la Fe”.
La vida entre la comunidad indígena mapuche tuvo sus frutos por la dedicación, paciencia y bondad con que se dirigía a los naturales.
El Padre Diego de Rosales refiere sobre esta etapa, llena de obstáculos de la vida de Mascardi, que “como recién convertidos, y siendo naturales altivos y soberbios se sujetaban mal a la ley de Dios, y poco sujetos a la ley divina y a los preceptos de la Iglesia. Acontézcales a los otros Padres, sus compañeros, el ir a bautizar o confesar a un Indio que se estaba muriendo, y después de haber caminado entre seis y ocho leguas, por caminos asperísimos de cuestas, montañas y pantanos, y a peligro de dar en manos de los enemigos, que siempre tenían emboscadas y asechanzas en los caminos, hallarle duro y rebelde, y que si era Cristiano no quería confesarse aunque se moría; y si era infiel no se quería bautizar, aunque le decía que se condenaba, y volviese a casa con ese desconsuelo, e iba el Padre Nicolás Mascardi y sin reposar en los peligros de los caminos, ni temor de dar en manos de los enemigos, ni de perder la vida, porque la tenía sacrificada a Dios y al bien de las almas, hablaba al Indio con suavidad y con aquella gracia que Dios había derramado en sus labios, que le convertía y le ablandaba la dureza del corazón, y enternecido le pedía que le confesase pues quería desenojar a Dios, y si era infiel le pedía que le bautizase, que quería ir a ver a Dios. Y así convirtió a muchos, que duros y obstinados, querían antes dejar de ver a Dios que verse bautizar”.
Su modo de proceder le generaba grandes satisfacciones: “vinieron muchos indios infieles de la tierra adentro (…), y luego los fue a adoctrinar y a persuadir de que fuesen cristianos, y que hiciesen Iglesia en aquella Reducción, para oír la palabra divina, y los fue convirtiendo de los vanos errores en que antes vivían. Y entendiéndolos bien industriados en los Misterios de nuestra Santa Fe, luego los fue bautizando, comenzando primero por los niños, prosiguiendo por los mayores, que no tenían impedimento de muchas mujeres. Después fue persuadiendo a los que las tenían, para que las dejasen, haciendo fruto en muchos. En Talcamahuida, y otras tierras, que no tenían iglesia, ni la querían hacer, no desfallecería su espíritu, sino que ponía una Cruz en un lugar acomodado, y allí los juntaba, y los adoctrinaba persuadiéndoles lo que les importaba para su salvación. En la Reducción de San Cristóbal donde viven los indios junto al abrigo de los españoles que no tenían iglesia, en la de los españoles los adoctrinaban, y trazó que hiciesen los indios su iglesia aparte, y convirtió los dos Caciques más principales de aquella Reducción, y los bautizó e impuso la confesión anual en los que ya eran cristianos, que nunca se habían confesado, y que se casasen según la orden de Nuestra Santa Madre Iglesia los que no tenían más que una mujer, que sólo estaban casados según sus ritos gentilicios, esperando a los que tenían muchas mujeres, a que Dios los convirtiese, no dejaba de predicarles continuamente, afeándoles el pecado de la poligamia y multiplicidad de mujeres”.
La curiosidad de este notable sacerdote abarcaba la astronomía, la botánica, la etnología y también la filosofía. Lamentablemente en el alzamiento ocurrido en 1655 perdió todos los instrumentos que utilizaba en sus estudios. Él mismo le confesaba en una carta al Padre Kircher: “perdí los aparatos astronómicos que había yo traído de Europa, pero no abandono los estudios ya que estoy cerca del polo antártico y actúo en la sombra anteca”. También se lamentaba de la pérdida de “los libros que el más grande matemático del Perú, el Capitán Juan Lozano me enviara, libros muy curiosos de la facultad”.
No olvidemos que Nicolás Mascardi había sido discípulo del Padre Atanasio Kircher a quien se considera como “uno de los más grandes geógrafos de su época”.
Lejos de perder entusiasmo por esta tragedia, continuó con su amor por la ciencia. El historiador Guillermo Furlong expresa: “Así vemos que es constante su preocupación por todos los problemas concernientes a la geografía, en el sentido más amplio de la palabra. Lejos ya de Aristóteles, vibra en sus escritos el sonido de las campanas de plata de Copérnico, en concordancia con las lecciones que en Roma había recibido de uno de los más grandes geógrafos de su época: Atanasio Kircher.
Por eso nos habla del sol en el solsticio de invierno y de su apogeo. Kircher y Riccioli, ambos jesuitas y eximios matemáticos, resultan ser sus autores preferidos. El postrero de ellos, es verdad, sostenía la inmovilidad de la tierra, pero no consta que el Padre Mascardi coincidiera con él en este punto. La idea genial de aquellos dos matemáticos y geógrafos fue el crear toda una red de astrónomos y naturalistas esparcidos por el mundo y que, periódicamente, comunicaran sus observaciones, y a tal efecto contaban con el Padre Mascardi en la actual Patagonia Argentina y con el Padre Valentín Stansel en el Brasil.
También estaba Mascardi en contacto con este jesuita, ya que le escribe a Kircher: “en ese mismo año de 1664 y 1665 observó los cometas en Bahía del Brasil, el Padre Valentín Stansel, matemático insigne y otrora mi compañero en los estudios literarios, y ha escrito lo concerniente a esos planetas en un tomo cabal, y ya se está por imprimir en Bohemia a fin de que los sabios de Europa puedan compartir sus observaciones con éstas”.
Con quien compartía correspondencia por esta pasión era con el astrónomo y astrólogo Francisco Ruiz Lozana -no era un religioso- a quien el mismo Mascardi definía como ”un hombre grandemente consagrado al estudio de las estrellas y fenómenos celestes (…) siendo un seglar de grande fortuna, con domicilio en Lima”.
Sobre las anotaciones que Mascardi realizaba sobre astronomía, sorprenderá al lector el nivel de sus observaciones. Le detallaba al Padre Kircher que “Europa es en gran parte anteca, pero para nosotros el día de Navidad es el solsticio estivo, en el que todo arde, y por el contrario el día de San Juan de Bautista es acá el solsticio brumal y todo se congela”. También hace referencia -en otra de sus cartas- al aspecto de la vuelta celeste del hemisferio meridional. Escribe: “y reparé que en el polo antártico y en torno al mismo fuera de la Cruz, que los Españoles llaman Crucero, desde los 30 grados, no se ve estrella alguna que exceda de la magnitud de las estrellas de 4° o 5° categoría”.
El mencionado alzamiento del pueblo araucano (1655) había sido anticipado por el Padre Mascardi quien lo anunció en reiteradas oportunidades a las autoridades civiles españolas para que tomaran medidas de prevención. Pero no se le dio importancia pues “se estaba en la seguridad de que, careciendo de armas de fuego nada podrían hacer los indígenas por más que quisieran”
Sin embargo el 14 de febrero de 1655, en forma sorpresiva, el gran caudillo mapuche Tinagucupu dio el grito de guerra y al mando de más de treinta mil indígenas, bien armados y con su acumulado resentimiento contra el invasor español, iniciaron el ataque que desencadenó una sangrienta matanza. Afortunadamente para Nicolás Mascardi y sus compañeros, éstos se encontraban en las proximidades de Boroa, y corrieron hasta esa plaza militar pudiendo librarse de una muerte segura. Esta plaza fue sitiada, y soportó continuos ataques de los indígenas, entre febrero de 1655 y marzo del año siguiente, aunque finalmente fueron eficazmente socorridos por tropas españolas que procedían de Santiago de Chile.
Estos hechos coincidieron con una terrible peste que cercaba a Chillan, lugar adonde se dirigió Mascardi, por encontrarse los caminos dominados por los sublevados y al no poder regresar a Buena Esperanza. En esta extrema circunstancia se distinguió por su infatigable atención a los enfermos “morían muchos, y por no haber sacerdotes, no había quien los acudiese, ni sacramentase, ya sea por el temor al contagio, o por ser unos pobres indios las víctimas. Al punto que el Padre llegó, fui discurriendo por todas las casas, buscando los apestados, confesándolos y dándoles el Viático y la Extremaunción, que llevaba consigo. Así se comportó el gran misionero, sin descansar un momento, ni de día, ni de noche, acudiendo a todos con celo y una caridad tan extraña, que admiraba a todos; y decían que Dios les había traído milagrosamente, sin saber cómo aquel santo Padre, para la salvación de aquellas miserables y desamparadas almas, que inevitablemente perecerían si no hubiera venido él en aquella ocasión”.
Ésta era la forma de vivir y predicar, de este admirable sacerdote
Finalizado el levantamiento indígena en marzo de 1665 fue destinado a la Isla de Chiloé y nombrado Rector del Colegio de Castro (Colegio incoado), en Chiloé (donde termina la Cristiandad) cargo en el que se mantuvo como Superior durante nueve años.
Su inquieto espíritu andariego lo llevó más de una vez a realizar expediciones por la isla de Chiloé e islas vecinas misionando entre los indios de la región austral de Chile. Con excepción de los meses de julio y agosto sus salidas eran muy frecuentes.
Podemos afirmar por sus propios escritos, que estas excursiones apostólicas eran a la vez científicas, trató con los indios de tres parcialidades: chonos, caucanes y guaitecas. Estos últimos le fueron muy simpáticos y según lo menciona él mismo “se me había aparecido en una visión San Francisco Javier, ordenándome que fuese a convertir a los guaitecas infieles que habitan hacia el Estrecho de Magallanes, junto a las tierras de los Gigantes”.
De su sacrificado trabajo de evangelización en la isla de Chiloé menciona que “aquí es un continuo trabajo de día y noche, todo el año, por mar y tierra; y como casi siempre llueve todo el año, sin verano seguro y los Padres casi siempre estamos fuera de casa, por estos mares e islas, estamos siempre mojados, o por el mar o por la lluvia, en unos barquitos tan pequeños, que muchas veces por falta de remos, remamos con la mano, y no se puede estar de pie dentro de los barquitos, para que no se hundan y nos ahoguemos; y algunas veces estando yo sentado en el medio del barquito he podido recoger agua del mar con el brazo, de uno y otro lado”.
- Documental realizado por Yayo de Mendieta sobre esta increíble historia que ocurrió hace más de tres siglos en esta misma tierra que hoy nosotros pisamos.