Cuyín Manzano es un paraje neuquino ubicado a unos 60 km de Villa la Angostura y unos 80 kilómetros de Bariloche. Unos 60 pobladores le dan vida a este lugar y recuerdan su historia y los años vividos allí.
Por Claudia Olate (ANB)
“Soy la más vieja de acá, así que me tienen que respetar”, dice a modo de broma Clementina Chamorro, más conocida como “Peme”, parada atrás de su cocina a leña, en la casita que la vio crecer y envejecer. Lleva 91 años sobre las espaldas. Su casa es la última que se encuentra en el camino que atraviesa el paraje neuquino de Cuyin Manzano, antes de llegar al vado por el que tienen que cruzar el río los pobladores que viven al otro lado.
Una cuesta empinada, que en los días de lluvia se convierte en una greda patinosa, conduce a esta casita de madera, que resiste el paso del tiempo al igual que su dueña. Nació, se crió y vivió toda su vida en Cuyín Manzano y hoy es la pobladora más antigua que tiene el lugar.
Dueña de unos ojos celestes que supieron ver los cambios del campo, de su familia, de los pobladores, de la vida, tiene para contar, lo que no alcanzaría un libro para relatar. Nos recibe sentada en el banco en el que pasa las horas, abrigada por su cocina, cuando no está cocinando o dándole de comer a alguno de los “guachos”, terneros o corderos que cría con amor. Emilio, su sobrino, prepara unos mates amargos que acompañan con unas tortas fritas, calentadas en la misma cocina.
Foto: “Te tiene que gustar el campo. La vida acá es dura, sacrificada”, dice Emilio Chamorro.
De fondo, se escucha el social. Llegamos a interrumpir este momento casi sagrado para los pobladores rurales, que se anotician de todo a través de este servicio de mensajes al poblador rural que, desde hace muchas, muchas décadas, mantiene Radio Nacional y que no pasó desapercibido por el feroz ajuste del actual gobierno nacional.
“Si volviera a nacer, le pediría a Dios volver a nacer acá”, afirma sin dudarlo, “la Peme”. Ella sabe los cambios que hubo. Nadie le contó sobre el Cuyín de ayer, lo vivió en primera persona. “Antes había mucha más gente, era muy distinto”, señala y agrega que “había que ir y volver a caballo donde fuera”.
“Peme” recuerda que cuando chica, solían cazar liebres junto a sus amigas de aquel tiempo y vendían los cueros o los cambiaban por mercadería. Al igual que ahora, no había en Cuyín dónde comprar nada, pero a diferencia de ahora, época en la que la mayoría tiene vehículo o a algún familiar motorizado que lo ayude, antes era todo a caballo o de a pie.
Hace 85 años, “Peme” empezó la primaria en la Escuela 11. En esa época, recuerda, eran muchísimos chicos, y “nos enseñaban tantas cosas”, añade. Dice que además de todo lo que incluía el conocimiento académico, aprendían a tejer, a hacer trabajos de talabartería, entre otras cosas. “Ahora me olvidé algunas cosas…no me acuerdo todos los cuatro continentes”, agrega moviendo la cabeza a un lado y a otro, renegando por el olvido, como si los 91 años no existieran.
Emilio Chamorro, su sobrino, también vivió toda la vida en Cuyín. Más de medio siglo en el que pudo comprobar que el campo cambió, que antes verdaderamente era todo más verde. Pero el clima, el avance de algunas especies arbóreas, el aumento del número de chivas, hicieron mella. “Antes era todo ñirantal, pero ahora hay mucho ciprés, mucha rosa mosqueta”, explica.
Foto: Emilio Chamorro afirma: “no me iría de acá”
Sentado de espaldas a la única ventana de la casita, hace memoria para pensar en el Cuyín de antes por el que le pregunto. Dice, al igual que todos a los que les repito el mismo interrogante, que el pueblo de antes era mejor.
Su tía agrega que antes “había más unión” y que cambiaría el Cuyín actual por el del pasado, sin dudarlo.
Emilio, agrega que la vida de campo es dura, sacrificada, que no da descanso y que te tiene que gustar, de lo contrario, “nadie aguanta”. Todos los días tiene que salir al campo con los animales, en invierno, pasar días en la cordillera, en un campamento precario, para bajar el ganado que quede arriba, en verano, esforzarse lo mismo para que no falte alimento…un trabajo del que poco se habla y que tanto representa.
Así y todo, “no me iría de acá”, dice con convicción y añade que “yo voy dos o tres días al pueblo, y me aburro”.
Emilio es también, casi, como un “taxista” para quienes llegan al paraje y tienen que cruzar al otro lado del río. La mayoría acude a él, para que los cruce a caballo cuando el caudal del agua no permite hacerlo caminando.
“Antes había pasarela, pero en el ‘92, en el día de San Juan, vino el río enojado y se llevó todo”, cuenta Peme. Todos los que viven en Cuyin hablan de este puente que supo unir a las poblaciones y hoy, la falta de respuestas del gobierno y las instituciones, expone a los pobladores a tener que cruzar caminando o a caballo, arriesgando, en más de una ocasión, la propia vida.
Foto: El paisaje de Cuyín Manzano es más bien de estepa.
Hoy el paraje es una transición entre la estepa y el bosque y poco queda de aquel campo verdoso y lleno de árboles con flores que la mayoría recuerda no sin nostalgia. A unos 35 kilómetros se encuentra Villa Traful, un pueblo de montaña con un contraste paisajístico muy grande. En Cuyín, el río homónimo lo atraviesa y aunque en invierno lleva un caudal importante, en verano no siempre es así.
Los cerros son más bien bajos, aunque allá al fondo, el cerro Bayo, al que luego los que fueron de la ciudad a recorrerlo le pusieron “Blanco”, tiene un paisaje de alta montaña que sorprende. El camino de ingreso, a unos 12 kilómetros de Confluencia, encanta a toda persona que llegue, con formaciones rocosas dignas de paisajes de cualquier película de ciencia ficción.
En la entrada del pueblo, está la Escuela 11, una pintoresca capilla detrás de la cual está el cementerio comunitario, aunque como ocurre en casi todo pueblo rural, cada familia tiene su cementerio donde deja a quienes se van de este plano. El pueblo lo completan un SUM (Salón de Usos Múltiples) y luego, todas las casas de los pobladores.
Foto: De fondo, la pintoresca capilla que tiene el paraje
Ahora, la mayor parte de los animales que tienen los pobladores, son chivas. En otro tiempo, recuerdan, había más vacunos y todas las familias tenían sus chacras en las que sembraban cuanta verdura imaginemos, alfalfa y hasta trigo.
Mario Chamorro vive solo en su casa. Hace pocos días cumplió 75 años y si bien nació en Cuyin, dice que vivió “por todos lados”, pero que Cuyin es “el paraíso de la Patagonia”. Hace treinta años decidió quedarse de una vez por todas en el paraje.
Ahora, ya jubilado, piensa que aunque tenga sus dificultades la vida del campo, “a nosotros no nos afecta tanto la jubilación, porque acá es distinto, pero los que vive en el pueblo deben estar complicados, todo está muy caro”.
“Antes era una maravilla esto. Había mucho más pasto, mucha más gente. Pero los jóvenes se fueron. Van quedando los viejos y se va terminando todo”, reflexiona sentado junto a uno de sus perros, mientras ceba un mate.
“No es que no haya trabajo, es que te tiene que gustar el campo. Lo más sacrificado es el trabajo de campo”, dice a ciencia cierta. “Acá hay que luchar. Este año nevó muy temprano y quedamos todos con los animales arriba”.
En su tiempo libre, dice que hace sogas y cojinillos. Cuando el clima lo permite, sale al campo “porque tengo vacas y caballos”.
Recuerda también la creciente que se llevó el puente e inundó todo. “La pasarela hace mucha falta. No sé si un puente porque ahí ya cruzaría más gente y vendría gente de afuera y siempre vienen y dejan basura”, apunta.
Amelia Cornelio nació en Cuyin Manzano. Se crió allí y cuando el trabajo la llevó lejos, formó su vida en el pueblo, pero en cada retorno a sus pagos, a su tierra, mira los cerros que dividen el paraje con la ruta 40 y señalando un punto específico recuerda: “por ahí veíamos a mi mami y a la abuela Rosa cuando venían de comprar en lo del “turco” Creide. Jugábamos a ver quién las veía primero y cuando llegaban, les pedíamos los caballos un ratito para dar una vuelta”.
Pocos quedan de esos pobladores de antes. Clementina, doña María (pobladora de la otra margen del río), son las más grandes.
Segundo Quintriqueo tiene 76 años y vive solo, en una población donde supo vivir con su madre, Rosa Burgos, y sus primos, hijos de Delia Cornelio. Ahora, solo queda su casita de madera con un pequeño alero que le hizo su sobrina años atrás. Allí se asoma cuando escucha ladrar a sus perras, en señal de que alguien llega. “Anduve trabajando en algunas estancias cuando era joven, pero volví para sostener a mis viejos y así me quedé para siempre acá”, dice.
Segundo recuerda que hace muchos, muchos años, en un arroyo que desemboca luego en el río Cuyin, había un molino comunitario. Allí iban los pobladores que cosechaban su trigo a hacer harina para subsistir.
Foto: Mario Chamorro tiene 75 años y afirma que Cuyin es “el paraíso de la Patagonia”.
Algunas chivas y gallinas le dan el trabajo diario de salir al campo, subir los cerros y bajarlos, a pie. Dice que debería tener un caballo, o un cuatriciclo, pero solo lo piensa.
“Yo vivo tranquilo acá. Me levanto, me tomo unos mates y salgo a ver a mis chivas”. Así, siempre. Salvo, claro, cuando llega alguna visita, aunque son escasas a veces, pero ahí cambia la rutina y quizás un asado o comida compartida, lo hacen olvidar de sus tareas cotidianas.
“Antes era otra cosa”, afirma y añade que “los pobladores se visitaban más. Ahora también cambió mucho el campo. Mucha sequía, muchos calores”. En su infancia, recuerda, fue a la Escuelita 11, “la llevo en el corazón”, dice tocándose el pecho y agrega, a modo de justificar ese sentimiento, que allí aprendió a leer y a escribir, y allí también, “velaron a mi viejita. Ella adoraba a la escuela”.
Cuando termina su jornada, escucha un programa de radio. El generador del paraje da luz hasta las 23 horas. “La única compañía que tengo siempre, es la radio”, remarca sentado justo debajo de donde cuelga la radio en la pared.
Viviana y Dagoberto Riquelme viven en Cuyin desde hace muchos años. “Yo nací y me crié acá”, cuenta él en su casa, desde donde la vista al río y los cerros, es maravillosa. Luego, se fue por trabajo a otros lugares, pero en la década del 80, volvió junto a su compañera para trabajar en la Estancia Siete Cóndores, cuyo chalet está en el ingreso al paraje.
Foto: Segundo Quintriqueo vive solo y remarca que su única compañía de todos los días es la radio.
Luego de unos años, se fueron nuevamente a Piedra del Águila, pero la muerte del padre de “Pelado”, los hicieron volver. “Costó, no teníamos nada para vivir acá”, dice el matrimonio.
Vivi, es también una de las auxiliares de la escuela, y tiempo atrás tuvo una proveeduría aunque no logró sostenerla por la falta de ventas, pero piensa que ahora quizás haría más falta debido a que hay más turismo. “Pelado”, puso un local de artesanías que fabrica él y son la envidia de cualquier artista.
Si bien recuerdan que sufrieron el cambio y la primera etapa allí, “hoy no lo cambiaríamos por nada”, dicen.
En la pandemia, pensaron en hacer una casita para recibir a los hijos y nietos que ya se habían ido de la casa familiar, pero finalmente, se transformó en un emprendimiento turístico que crece pasito a pasito.
Foto: Vivi y “Pelado” comenzaron un emprendimiento de cabañas para turismo hace pocos años.
Ahora tienen dos hermosas cabañas preparadas para recibir a turistas en búsqueda de descanso y desconexión. En Cuyín Manzano no hay señal de celular ni energía eléctrica continua, pero sobra la paz.
“Lo único que la gente que viene tiene que saber es que no hay dónde comprar nada, así que tienen que venir con todo, pero todos se van muy contentos y nos van recomendando. Así que nos vamos haciendo conocidos de boca en boca o con nuestros hijos que nos suben a las redes sociales, porque nosotros no entendemos nada de eso”, dice con una risa Vivi.
En la “entrada” del pueblo, cerquita de la escuela, Norma Chamorro remarca que “yo no cambio a mi Cuyin por nada”, aunque coincide con el resto de los pobladores en que el “Cuyin de antes era tan lindo, había mucho compañerismo”. Pese a los cambios y las posibilidades de irse a otro lado, Norma afirma que “no me quise ir nunca”.
Recuerda también la crecida del río que se llevó el puente y que desde entonces, hace más de 30 años, no volvió a construirse. “Yo voy a seguir pidiéndolo siempre, porque la gente no sabe lo que es vivir del otro lado”, expresa y cuenta que cuando su hermano que vive del otro lado del río, se quebró, “tuvieron que sacarlo en carretilla”.
Eusebio Cornelio también es nacido y criado en el paraje y lamenta que cada vez haya menos pobladores. “Parques Nacionales sacó a mucha gente de acá, ojalá recuperen las tierras y vuelvan”, afirma mientras mira por la puerta abierta cómo cae la fina lluvia.
“¿Te irías de Cuyín?” le pregunto y dice con una risa fuerte, “no lo cambié antes, cuando era joven, menos que menos ahora que ya estoy viejo. Acá te vas al campo, desensillás, te haces un asadito y nadie te molesta para nada”.
Ya anochece. Se empiezan a ver las primeras luces de las casas, del SUM y de la escuela. Quienes no conocen el lugar, pueden pensar que solo hay un par de viviendas, pero hacia el interior del campo, por distintos caminos, se llega a los hogares de estos 60 pobladores rurales que le hacen frente a la vida rural, a la economía de subsistencia, a la falta de respuestas ante tantos pedidos. Siempre dispuestos a cebar un mate y a charlar, a recordar el Cuyín que fue y a defender el lugar que los vio nacer y que tanto aman. (ANB- Fotos: Marcelo Martínez.)