Gabriel y su familia eligieron volver a esta aldea de montaña para hacer realidad su sueño entre paisajes, estrellas y calma infinita: compraron un hotel e hicieron de él un lugar de experiencias.
Gabriel Iovanna y su esposa conocieron Meliquina hace más de dos décadas, cuando construyeron una cabaña con la ilusión de vivir rodeados de naturaleza. Por esas vueltas de la vida y el nacimiento de su primera hija, decidieron vender aquel proyecto en 2008. Pero el vínculo con ese rincón patagónico no se rompió: años después, regresaron a veranear y redescubrieron un Meliquina distinto, pero con su magia intacta.
“Fue en una caminata que nos cruzamos con la persona que manejaba un hotel de la zona. Empezamos a hablar y nos comentó que los dueños querían vender. Así, de casualidad, volvió a nacer el sueño”, cuenta Gabriel. Con una larga trayectoria en eventos y hotelería —él como DJ y productor audiovisual, ella con años de experiencia hotelera— decidieron apostar de lleno por este lugar que siempre los había enamorado.
Meliquina los conquistó desde el primer día: su calma, su cielo, la energía del entorno. “No sé cómo explicarlo, pero Meliquina tiene algo que te atrapa. Y eso que somos muy urbanos”, dice entre risas Gabriel. Habla de una conexión profunda con la naturaleza, del silencio, de la posibilidad de ver el cielo como en pocos lugares del mundo. “Las estrellas en Meliquina no tienen nombre. Llevamos a los turistas al mirador de noche, les damos ponchos y caminamos con ellos en silencio. Es una experiencia hermosa”.
La ubicación de la Villa es estratégica: cerca del lago Hermoso, a pocos minutos de San Martín de los Andes y, al mismo tiempo, lo suficientemente apartada como para conservar su esencia silvestre. Entre las opciones para disfrutar están las clásicas caminatas, kayak, mountain bike, o simplemente descansar frente al lago, que muchas mañanas amanece calmo como un espejo.
El Hotel Amancio, habilitado por el Ministerio de Turismo, es el emprendimiento que finalmente lograron concretar. Desde allí, Gabriel y su esposa reciben a visitantes de todo el país y comparten con ellos una forma diferente de habitar el sur. “Nos propusimos que no fuera sólo un alojamiento, sino un lugar de experiencias. Pusimos wifi satelital, bicicletas, kayaks, un gimnasio y cuidamos cada detalle, hasta las sombrillas de lino blanco para la playa”.
Las noches, según cuenta Gabriel, son un capítulo aparte. “Nos encanta hablarles a los turistas sobre lo que pasa en el cielo. En lo personal, hasta hice un tema musical llamado Meliquina, que tiene sonidos del río grabados ahí. Es progresivo y melódico, y está en Spotify, lo editaron desde Ucrania. Es mi forma de rendirle homenaje a este lugar”.
Las estaciones marcan el ritmo de la vida en la aldea. En otoño, el paisaje cambia y todo parece más íntimo. “La lluvia cae distinto, no hace ruido. Es como si todo el entorno te invitara a bajar un cambio. Salimos a caminar, a hacer trekking… y después, una taza de té para reponer fuerzas. Todo ahí es paisaje”, dice Gabriel, con una calma que contagia.
Meliquina es eso: una mezcla de naturaleza pura, noches de cielo profundo, días de aventura y una energía difícil de describir con palabras. Para quienes se animan a conocerla, puede ser solo un viaje. Para otros, como Gabriel y su familia, se convierte en un destino del alma.