Su abuelo Manuel llegó a estas tierras en 1903 junto a su hermano José Luis y fueron actores principales en la fundación de Villa la Angostura. Su padre fue ahijado del Presidente de la Nación Hipólito Irigoyen. Una historia para disfrutar escrita por Graciela Arakelian para la revista Rescate.
Tantas veces vamos y venimos de la Villa a Bariloche por la ruta 40, bordeando el lago, admirando el paisaje… descubriendo tranqueras aquí y allá, preguntándonos quiénes habitaran esa pequeñas o grandes casas que se salpican más allá del ejido urbano. “Rescate” ha decidido rescatar las historias que estos pobladores nos contaron al ir a visitarlos, y se las iremos presentando en sucesivos números de la revista.
Nuestra primera parada frente a una casita alzada sobre la mano izquierda, resultó algo frustrante, al comprobar que se hallaba completamente cerrada y en franco deterioro. Su inconfundible simetría con un atrio central en galería, soportaba la ausencia y el frío, bajo un negro techo de tejuelas escondidas bajo chapas herrumbradas. La verja de maderitas verde, otrora pura prolijidad, ahora retorcida de fríos y olvidos, atada con alambre, nos impidió el paso a la historia. Tiesas cortinas dormidas de nostalgia y abandono, nos privaron de las anécdotas de los ex habitantes de esta casa. Aunque la firme chimenea, alerta, nos aseguraba un futuro de nuevas glorias por venir. A un lado, corrales derrumbados, ocultándose tras resecas matas amenazantes. Y por el otro, silencio… sólo silencio… Pero sigue siendo tan, tan bonita! Si algún lector sabe algo de ella y quisiera compartirlo, que no dude en contactarnos en la redacción ([email protected]).
Un poco más allá, un humito tibio, llamó nuestra atención, y seguras de encontrar a los habitantes de la precaria casita que más allá se mostraba, nos detuvimos en su embarrada huella. Los perros nos ladraron voraces y nos alegramos al comprobar sus cadenas. Las gallinas circundantes parecían menos ofensivas y más prestas a darnos la bienvenida. Pero aquí tampoco nadie apareció, tras palmear repetidas veces. Intuimos que sus moradores, estarían por los campos más arriba del cerro con los animales… ¡Volveremos!
Seguimos con entusiasmo, y un coqueto tronco retorcido horizontalmente nos anunció la siguiente parada, delante de un puentecito de madera con casita de correos incluído. Altos escalones de ciprés nos condujeron a una praderita de césped impecablemente cortado, rodeando a una casita de ensueño. En su ventana abierta, un sol de peluche y la bandera argentina desplegada.
Una enredadera de ciclamen (¡?) abrazaba el portal, donde un confiado perro nos miraba entre curioso y dormido. Tras sacudir la campanita que se balanceaba cerca del nido de hornero, esperamos admirando los sinfín detalles que adornaban los rincones a un lado de la amigable puerta de acceso, la casita de pajaritos colgada de un árbol más allá, el robusto muérdago que protege la entrada, y las incontables plantas que rodean toda la propiedad.
Pronto la enorme sonrisa de Betty Barbagelata se asomó tras las cortinas de la cocina, secándose las manos con el delantal. Nos hizo pasar a su hogar y café mediante, nos regaló la inmensidad de su Vida en ese paraje:
Junto a un viejo cuadro, donde su padre Hipólito con aproximadamente 6 añitos, posaba en perfecta escalera por alturas y edades junto a sus ocho hermanos y la más pequeñita: una nena! A ambos lados, orgullosos, su madre Ángela y su padre Manuel. Todos trajeados con sus mejores galas de domingo, frente a la misma casa que ahora nos cobija.
Mostrándonos el cuadro que alberga una medalla y a su lado otro con un diploma firmado por el mismísimo Presidente de la Nación Hipólito Irigoyen, Betty nos cuenta que su padre llevaba ese nombre por ser su “ahijado” en mérito de ser el 7° hijo varón de esa familia, y tales las costumbres de esa época y de todas las épocas. Su abuelo Manuel llegó a estas tierras en 1903 junto a su hermano José Luis, pero de su historia ya nos la contará Angélica, su prima, que habita unos kilómetros más allá….
Orgullosa de su familia, Betty nos inunda con ricas anécdotas, desde que su abuela embarazada se vino en carreta desde Navarro a iniciar este sueño de poblar la Patagonia Argentina.
No todo es pasado, ya que su presente está lleno de faenas de campo, como arrear y alimentar los animales que la acompañan: un cobayito de 8 años comparte su jaulón de 3 pisos con rampas y escalerillas, junto a dos enormes gatos negros. Otros cinco andan por ahí entre los perros… Nos muestra la “cucha” de su añorado pavo blanco “Juancito” ¡el hablador por teléfono! Y nos muestra jocosa como caminaba y gesticulaba su enorme pavo blanco, hasta hace 3 años en que murió. Su tristeza aún la delata frente a la foto que se encuentra enmarcada sobre la chimenea como un miembro más de su familia! Nos cuenta de un halcón que domesticó y que al quebrarse una alita perdió toda posibilidad de vuelo. Nos canta la canción con la que arrea las ovejas de vuelta al corral cada atardecer, y nombra a cada vaca por sus nombres reconociéndolas una a una. Eso sí! Jamás pudo presenciar una carneada, por lo que cuenta con peones que se encargan de ese ingrato oficio, como así también de hachar y picar la leña. Los caballos también son sus preferidos y nos cuenta que en la nevada del 1° de Agosto de 1944, cuando la nieve ascendió un metro y medio alrededor de la casa y hasta 7 metros En lo alto del cerro, donde los animales se retiraron para salvaguardarse, a la llegada de la Primavera, los encontraron todos muertos entre las copas de los árboles, apilados como calentándose unos a otros.
La fortaleza de Betty, heredada de su clan de pioneros, nos relata los duros tiempos en que sus jóvenes abuelos murieron con sólo 45 y 49 años, dejando los 9 huérfanos al cuidado del mayor con sólo 16 años! Quedándose todos en la propiedad, comiendo carne y papas durante 1 año seguido, hasta contar con la edad suficiente para poder vender una porción de tierras con la que pudieron tener efectivo para moverse a Bariloche y descubrir un poco “la civilización”!
Con los años, don Hipólito conoció a Inés, oriunda de Pilcaniyeu, en una fiesta en Santa María (otra finca vecina) y tras año y pico de amorosas y lentas cartas, que Betty aún guarda celosamente atadas en cinta roja, se casaron y le dieron la Vida junto a otros dos hermanos, que lamentablemente fallecieron con sólo 19 y 23 años.
Ella estudió magisterio en Bariloche y trabajó hasta jubilarse en un Banco local, trasladándose periódicamente a visitar a sus padres a este paraje, mudándose definitivamente 10 años atrás para ocuparse de cuidarlos intensamente en su vejez, y muertes. Ambos están sepultados en un lote contiguo donde se encuentra un campamento Adventista que ya visitaremos oportunamente.
Sin perder su cálida sonrisa, nos acompañó a recorrer el jardín sin desperdiciar anécdotas en cada detalle de su desbordante vida, despidiéndonos al pie de la escalera, con la certeza de siempre volver a ser bien recibidos!
Seguimos la ruta, rumbo a Bariloche, decididos a descubrir y compartir nuevas historias…
Fotos: Gra Arakelian, María Viegas
Publicado 18th March 2015 por Rescate