En 1666 un ataque de soldados españoles tomó como prisionera a Huageluen (estrella) que era la esposa de un cacique que vivía en la actual península Huemul y se hacía llamar “Reina”. Cuatro años tardó el jesuita Mascardi para poder liberarla en el Fuerte de Calbuco, y luego la trajo de regreso a la actual tierra neuquina. Escribe Yayo de Mendieta
Villa la Angostura está enmarcada en un maravilloso entorno natural y es visitada cada año por miles de turistas, una próspera ciudad que tiene una historia de los siglos pasados, tan rica como desconocida.
En esta oportunidad volveremos en el tiempo a 1666, cuando ni siquiera la República Argentina existía como tal. Fue en ese momento cuando un grupo de Poyas, liderado por la esposa del cacique que tenía asentada su comunidad en la actual península Huemul transitaba hacia el sur de Chile para visitar a familiares, pero el grupo fue sorprendido por una patrulla española que los tomó como prisioneros.
La crónica relata textualmente “la historia de la captura de estos Poyas, entre los cuales se encontraba una indígena principal (cuyo nombre era Huageluen: estrella, pero se hacía llamar Reina) se remonta a 1666 cuando “habiendo ido a la Provincia de Chiloé el General de ella, el Maestre de Campo don Juan Verdugo –como si su apellido calificara su condición- determinó hacer una entrada a tierra enemiga i que está de la otra banda de la cordillera, que es la tierra de los Puelches, presumiendo que estaban rebelados contra las armas de Su Majestad. Envió por cabo de la fracción al Capitán Diego Villaroel como persona experimentada en la guerra, el cual tuvo buena suerte, que apresó alguna gente enemiga a su parecer, i entre ella algunos caciques i personas principales, entre las cuales se cautivó una india nobilísima, que llamaban Reina, la cual había venido en aquella ocasión a ver unos parientes suyos, desde los confines del estrecho de Magallanes, i era de la nación Poya, i mui estimada de los suyos, a quien llamaban la Reina, por ser mujer de un cacique principal”.
Fue entonces cuando el jesuita Nicolas Mascardi se enteró que este grupo estaba prisionero en el fuerte de Calbuco, al sur de Chile, esperando ser enviados como prisioneros a trabajar a las minas del Perú, y las mujeres reducidas a la servidumbre dentro del mismo fuerte y otras dependencias españolas.
Mascardi comenzó a visitarlos asiduamente a la prisión “y comenzó un lento camino, no sólo para lograr su libertad, sino también para acercarles la palabra del cristianismo“ y logró un vínculo estrecho con la “Reina”, a tal punto que ella le enseñó las diferencias idiomáticas de los Poyas con los Araucanos, con el objetivo de que Mascardi pudiera hablar con el cacique cuando pudiera liberarla, pues ella lo invitó a conocer su comunidad que vivía a orillas del “Gran Lago (Nahuel Huapi) y le aclaró que estaban allí asentados desde “antes que hubiera memoria”.
Foto: Nicolás Mascardi mantuvo una copiosa correspondencia con el padre Atanasio kircher, donde explica sus vivencias de puño y letra.
Durante estos cuatro años Mascardi “fue a predicar el santo evangelio a aquellos caciques, i demás piezas que se habían apresado por esclavos, i la Reina que con ellos habían cautivado a los cuales convirtió a nuestra santa fe, i los bautizó, acudiéndoles a sus necesidades con grandísima caridad, i la mayor que con ellos usó fue averiguar cómo en sus tierras estaban de paz, no habían hecho hostilidad ninguna a los españoles, ni dado causa justa para que los maloqueasen, i matasen como esclavos, con que diligenció su libertad, sobre la que hubo diferentes pareceres i duró cuatro años”.
Las temibles “malocas” españolas en tierras del Nahuel Huapi
Las reiteradas malocas contra los Poyas y Puelches –que merecieron una airada condena pública por parte del jesuita Rosales- mantendrían vigente un fuerte resentimiento, durante los próximos dos siglos, de la Nación Puelche hacia los conquistadores españoles. Se recuerda que en la toma de esclavos los españoles sólo dejaban a los ancianos y a los niños, produciendo la desarticulación de familias enteras y agravando al límite la subsistencia de aquellos que quedaban abandonados a su suerte. Esta inhumana conducta de las autoridades españolas haría muy difícil la tarea de los misioneros en la Misión “Nahuelhuapi”, como podrá advertir el lector en los futuros relatos que aquí se mencionarán. Sólo para dar una idea de la magnitud de estos ataques españoles podemos afirmar que “el Comandante Alonso de Córdoba i Figueroa realizó, con la debida autorización del Gobernador Juan Henríquez, en cinco años: treinta malocas, capturando más de 14.000 indios, de los cuales se le entregaron casi 800 al propio Gobernador”.
Estas expediciones españolas partían casi todas desde el fuerte de Calbuco, el cual había sido fundado para amparar a los vecinos de la destruida Osorno, y desde donde “aquella milicia entraba a maloquear sólo por el interés de hacer esclavos (…),y también a los indios del Nahuelhuapi, haciéndoles malocas a los puelches y dándoles terribles asaltos”.
Según asegura el Padre Machoni los españoles ingresaban a la región del Nahuel Huapi por el Camino de los Vuriloches. Este será el motivo por el cual los puelches siempre tratarán, pese a los intentos del Padre Guillelmo, de que se mantenga oculto por temor a reiniciarse las salvajes malocas.
La liberación de la “Reina”
Tras cuatro años de intensas gestiones, Nicolás Mascardi logró la liberación del grupo de Poyas, entre ellos la esposa del cacique.
El mismo jesuita cuenta “al embarcarse en la orilla occidental del lago Todos Los Santos, se despachó tres indios para que, adelantándose, comunicaran de su ida con la “Reina” y los indios liberados, y al ir a ascender la Cordillera llegaron tres Puelches enviados por los caciques para ayudar al misionero a subir sus trastos, como él se expresaba después, eso es, sus cosas de uso privado, sobre todo el altar portátil y una estatua de Nuestra Señora”.
A medida que avanzaba en la difícil geografía cordillerana crecía su entusiasmo por llegar al “Gran Lago”. Al llegar al punto más alto del Paso Pérez Rosales lo recibió con sorpresa otro pequeño grupo de Puelches quienes traían consigo frutas y agua fresca para convidar al misionero en gesto de amistad y bienvenida. “Luego que llegué a la cumbre, y empecé a divisar las cordilleras y campañas de esta banda, planté y levanté una cruz, y después de haber rezado al pie de ella con los que venían conmigo, en su lengua, así fieles como infieles, dije en alta voz que, en nombre de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tomaba posesión de todas las almas y las restituía a Nuestro Señor Jesucristo que las había redimido con su sangre, y en señal de esta posesión mandé tocar trompeta y disparar dos veces la pieza de campaña que llevaba conmigo, que era un arcabuz. Holgáronse mucho los Puelches con esa ceremonia y les dije que ya el demonio no era dueño de sus tierras, y que, a la vista de esa cruz, iría huyendo muy de prisa”.
Al mencionar a los “fieles”, se refiere a los indios chonos -oriundos de la Isla de Chiloé- , ya cristianos, que lo acompañaban.
Luego continúa con el relato sobre su llegada al Nahuel Huapi. Este sector era el asentamiento natural de los Puelches quienes, como se mencionó, fueron los primeros en tomar conocimiento de su cruce por la cordillera. Sin embargo, se habían agregado no pocos Poyas, cuyo hábitat era la costa opuesta del lago en la actual Península Huemul.
El Padre Nicolás Mascardi observa sorprendido que “habían ellos erigido una cruz con muchos arcos, como si fueran antiguos cristianos, y luego que me desembarqué, vinieron a saludarme y dar la bienvenida los Puelches, y entre ellos uno muy viejo que traía por insignia una cruz en las manos, diciendo que era cristiano y que hacia unos 46 años que le habían bautizado en Chile”.
Puelches y Poyas, éstos últimos en mayor cantidad, se desvelaron en dar señales de alegría y de regocijo, rodeando al misionero y curioseando entre sus cosas. No podía faltar la chicha aunque el misionero hábilmente se negó a beber de ella “pero les di a entender que yo no usaba beberla por ser de tierras extrañas, y que la daba por recibida (…), anduvieron con esa bebida tan cuerdos que, con ser la bebida tan fuerte y abundante, por lo que yo pude ver y saber, ninguno se emborrachó, antes a cada rato venían los Principales Poyas a mi toldo, a saludarme y saber si había menester alguna cosa, y luego a la puesta del sol, antes que se cerrase la noche se retiraban a su descansar y que, al día siguiente, me vendrían a ver. Y así, a la hora de la oración, se interrumpió y cesó la bebida hasta el día siguiente”.
Como no había querido recibir el convite de su bebida, el Padre Mascardi decidió hacerles un agasajo “y fue dispararles de repente tres arcabuzazos mientras estaban bebiendo”.
Mascardi recuerda acerca de esta curiosa anécdota: “Todos se dejaron caer al suelo y derramaron la chicha que tenían en sus manos, y luego que pasó el susto, comenzaron todos a reírse unos de otros, y se levantaron los Caciques principales y me vinieron a agradecer el agasajo que les había hecho, y a contar el suceso y desgracia de su chicha. Llamará la atención del lector la referencia del uso de arcabuz por parte de este sacerdote. Según los documentos existentes lo utilizó como “elemento de disuasión al ingresar en tierras hostiles, y por no contar con custodia o guardia española”. En otras ocasiones también lo utilizó para “anunciar su llegada por medio de un tiro de arcabuz entre los indios amigos”.
Sin embargo, no volvió a llevarlo consigo en sus peligrosas expediciones por el sur de la Patagonia Argentina. De hecho, en la cuarta expedición que realizó saliendo desde la misión “Nahuelhuapi”, fue atacado por los indígenas y no realizó defensa alguna, siendo asesinado el 15 de febrero de 1674.
Yayo de Mendieta
- Textos originales de las cartas e informes escritos por los mismos jesuitas recopilados por Yayo de Mendieta en su investigación histórica que incluyó su trabajo en el archivo y la biblioteca de la Compañía de Jesús, en Roma, Italia (20022)
De su libro “La Misión Nahuelhuapi 1670 -1717”
Villa la Angostura