El doctor Pedro Ortiz Vélez, había emigrado a Europa y de allí a Chile, donde se había establecido en 1870. Había recorrido la zona termal y en una oportunidad, debido a un caso grave de enfermedad en una distinguida familia de la localidad, con la autorización del cacique Chenquel, pudo aprovechar con gran éxito, las virtudes de las aguas termales surgentes.
A excepción por supuesto de los pueblos originarios, el reconocimiento de las propiedades de las termas de Copahue, es un hecho relativamente reciente. Fue un médico argentino radicado en Chillán, localidad del país hermano de Chile, quien parece haber sido el primero en utilizarlas con fines terapéuticos: el doctor Pedro Ortiz Vélez. Este galeno, emparentado con la familia del doctor Vélez Sársfield, había emigrado a Europa y de allí a Chile, donde se había establecido en 1870. Había recorrido la zona termal y en una oportunidad, debido a un caso grave de enfermedad, en una distinguida familia de la localidad, con la autorización del cacique Chenquel, dueño del lugar, pudo aprovechar según parece con gran éxito, las virtudes de las aguas surgentes.
Parece evidente que fueron los médicos militares los que tuvieron oportunidad de observar estas termas en razón de las inspecciones que debían realizar en las distintas guarniciones a lo largo de la precordillera. En un informe presentado en el año 1885 por el doctor Eleodoro Damianovich, dice este jefe de la Sanidad Militar:
”Baños Termales Andinos: En el asiento de la 2* división del ejército, territorio hoy de Río Negro, antes Patagonia, existe un paraje cercano a Ñorquín llamado los «Copahue> (baños de azufre), donde hay aguas minerales sulfurosas que se han utilizado eficazmente en el tratamiento de ciertas afecciones de la piel y sifilíticas.
He practicado el análisis cualitativo de muestras de dichas aguas y me ha revelado que sus componentes principales son el azufre en combinación con el potasio y otras bases alcalinas pudiendo por lo tanto clasificarse entre las aguas minerales sulfurosas.
Estas aguas son termales, surgen continuamente de muchas fuentes en las que se ha obtenido temperaturas de 20° centígrados de 40 a 45, de 45 a 50, de 100 a 150, donde la cocción de la carne se hace en algunos minutos y la ampolleta que encierra el mercurio estalla al pretender averiguar tan elevada temperatura.
Las propiedades medicinales excelentes que estas aguas poseen parece que son de antiguo conocidas por los salvajes vecinos a aquel punto y por los viajeros chilenos que vienen en gran número durante la estación de verano buscando sus saludables efectos.
De esta brigada se han enviado en diferentes épocas soldados enfermos y el tratamiento termal ha producido en sus afecciones muy buenos resultados, como han podido comprobarlo los cirujanos del ejército que los han visitado”.
Se manifiesta a través de un trabajo titulado Los Copahue (1894), del cirujano de brigada doctor Enrique Pietranera, el conocimiento que del lugar se tenía: “las virtudes curativas —dice— de éstas aguas son muy conocidas por los habitantes de Neuquén, Río Negro y territorios cercanos de la República de Chile, los cuales concurren en gran número en la época de verano”; durante su breve estadía en el lugar (10 días) hizo el doctor Pietranera algunas observaciones de sorprendente mejoría y termina su artículo diciendo: “Es quizá más fácil volver los ojos hacia otras regiones (Molles, Rosario de la Frontera, etc.), pero he creído oportuno hacer conocer una de las más importantes, etc., etc.”
Asimismo, dos médicos militares los doctores J. M. Cabezón, cirujano de la II División del Ejército en Ñorquín, y Lema Maciel, realizaron también su estudio y elevado el correspondiente informe en el año 1896, sobre las condiciones y principales características del lugar y este último, cirujano de brigada de Las Lajas, llevó muchos soldados enfermos y obtuvo resultados muy satisfactorios en solo 10 días de permanencia.
Bajo el punto de vista de la especialidad (Hidrología y Climatología) y publicados en revistas científicas y de divulgación, existen asimismo muchos trabajos de los doctores Manuel Castillo y Víctor Zani, que concurrieron a las termas, para su estudio.
Un comentario, aun cuando no de carácter terapéutico, hace José S. Daza, militar de relevante actuación durante te expedición al desierto:
“¡Cuántas bellezas, cuántas novedades misteriosas habían estado escondidas en el seno del coloso andino! Acabamos de descubrir y explorar otra nueva parte de riquezas y que dará al país gran realce de prosperidad y será sin duda otro maravilloso objetivo de profundas meditaciones de los geólogos.
De los 300 puntos volcánicos que hay próximamente descubiertos en la capa terrestre, figurarán en primera fila los Copahues, así como por sus diversas riquezas geológicas, como por su variedad topográfica y por sus distintos minerales, etc.” Agrega a continuación el capitán Daza: “el Comandante Pablo C. Belisle mandó a estos baños sulfurosos 25 soldados llenos de lacras y achaques crónicos habiendo entre ellos paralíticos, esperando tal vez el momento supremo en la vida; y solamente bastaron 15 días de baños para que los inválidos y demás enfermos sanaran radicalmente”.
Francisco P. Moreno dice en el año 1896 refiriéndose a la zona de Copahue y alrededores: “Situación semejante en los Estados Unidos habría sido aprovechada tan pronto como hubiera sido descubierta; se habrían levantado ya ciudades, el valle estaría cruzado por ferrocarriles (se refiere a los alrededores de Ñorquín) y las próximas fuentes termales de Copahue tendrían fama universal. Allí se habría agrupado todo el refinamiento de la civilización moderna; tal es el pintoresco y grandioso medio en el que brotan y surgen las aguas milagrosas cuya fama atrae ya a chilenos y argentinos…”
Eduardo Ramayón, teniente coronel expedicionario al desierto, en su obra “Las caballadas en la guerra del indio” hace una mención que dice: “Como recuerdo hacia mis distinguidos compañeros en la ascensión al cráter del volcán Copahue (1886), amigos sinceros: Genón Martínez (fallecido), habilitado pagador entonces del ejército, y señor Gregorio Piñeiro, del personal en una ascensión científica; ascensión efectuada sin retroceder y sin más elementos precaucionales que la decidida voluntad, vestimenta común sin picas para sostenimiento y en día destemplado con sus brumas e insuficientes visibilidades, entorpecimientos de todo orden y género que demandaron demasiados esfuerzos para salvar trechos larguísimos del escabroso escorial y amontonamiento de nieves hasta alcanzarse reaccionando siempre a su altísima cúspide y poder desde ahí contemplar y admirar las maravillas de tan sobresaliente como estupendo panorama”.
Se ocuparon asimismo de la región él teniente Eduardo Laurent, quien en 1903 recogiera muestras de las aguas estudiadas posteriormente por el doctor Enrique Herrero Ducloux; con un enfoque distinto, su aprovechamiento, presentó asimismo un informe al ministro de Agricultura, doctor Wensceslao Escalante, el ingeniero Pablo Lavenir, quien sostiene el parecido de estas termas con las de los Pirineos franceses. El estudio comprende un informe del ingeniero Federico Anasagasti hecho en 1900; para ampliar éstos el ministro solicitó al gobernador Alsina le remitiera nuevas muestras, lo que hizo por intermedio del ya nombrado teniente Laurent, en 1903.
Fue sin embargo el coronel Manuel Olascoaga, que cumplió importantes funciones cerca del general Julio A. Roca, durante la expedición al desierto del año 1879, el que con sus atinadas observaciones y prolijos estudios topográficos, hizo despertar en los hombres nombrados su entusiasmo por la importancia que desde el primer momento reconoció a esas termas.
No existía en el lugar ninguna clase de construcción fija, ni siquiera un rancho donde cobijarse, ya que las personas llegaban, aprovechaban sus propiedades curativas y después de una breve estadía regresaban a sus casas. ¿Cuál era entonces el método o procedimiento que utilizaban para el albergue y el baño? Cada enfermo cavaba a pico y pala al lado o dentro mismo de las surgentes sulfurosas, un pozo o pileta de 1,50 a 2 metros de largo por uno de ancho, la que se cubría con una carpa, lona o bien haciendo paredes de césped con barro en forma de panes como ladrillos, conocidas con el nombre de champas, y que una vez sostenidas con parantes se cubrían o techaban con quila, caña colihue joven que tiene mucho follaje; con estas primitivas y pintorescas construcciones se protegían del viento y del frío; en el mencionado informe del teniente Laurent al gobernador Alsina, menciona otra modalidad, diciendo: “hay en la más profunda de las fuentes una estaca que utilizan los bañistas para colgarse de ella mientras se bañan”. Carpas y catres solucionaban el problema de la vivienda.
A través de conversaciones con antiguos pobladores de los pueblos más próximos y aún de localidades alejadas, conocedores del lugar, parece ser que los habitantes que primitivamente construyeron en forma estable fueron los señores Sigifredo y Gilberto Pizarro, ambos hijos del Neuquén, allá en el año 1923; Marcelino Pavía lo hizo a principios de 1924, habiendo residido desde el año 1899 en Covunco, donde había formado una pequeña estancia; este señor construyó el primer hotel formado por ocho habitaciones con capacidad para cuatro camas cada una; estas habitaciones eran de forma redonda construidas con chapas de zinc galvanizado. Su permanencia en el lugar fue muy corta (dos o tres temporadas), enajenando el hotel al señor Anselmo Dupuy, quien por más de 15 años y mediante sucesivas ampliaciones llegó a construir el hotel conocido por de “Dupuy”. Dupuy, nacido en Azul (Pcia de Buenos Aires), estaba por ese entonces instalado en Zapala y Plaza Huincul, habiendo llegado a las termas atraído por la nombradía que iban adquiriendo sus aguas y en procura de curación a una pertinaz ciática que padecía.
Pero aún antes de las construcciones que acabamos de mencionar era común que los pobladores, como ya lo dijimos, llevaran a sus enfermos, particularmente reumáticos, hasta Copahue en demanda de alivio. El viaje, penoso, se realizaba generalmente hasta Trólope, mediante un sulky, el que era substituido en la parte final por un catango (carro chico de bueyes), con el que se llegaba hasta la misma terma; la bajada a ella era lo más difícil, ya que la falta de senda obligaba a colocar dos lazos largos al pequeño vehículo, que sujetaban desde arriba dos jinetes con sus cabalgaduras. Esto con respecto a los enfermos graves, ya que los otros utilizaban caballos y acémilas.
Por esos años concurrían a este privilegiado lugar muchos pobladores de Neuquén, entre los que recordamos los siguientes: Tránsito Álvarez, Julio, Antonio y Dante Della Cha, Enrique y Luis Dewey, Colombino, Doroteo y Juan Garrido, Antonio Echegoy, Bartolomé Figueroa, A. Encina, Cándido Pizarro, Manuel Porro, Crescendo y Rodolfo Gómez —del norte de la provincia—; Manuel Guevara, Martín Etchelutz, D. Bernal, Jones, Trannack —del centro y sur—. A ellos deben agregarse grupos de familias chilenas, que acudían desde las ciudades y pueblos vecinos, como ser: Chillán, Concepción, Temuco, Los Ángeles, Santa Bárbara, etc.
Este conglomerado de personas de distintos lugares, razas y nacionalidades, se convertían en una gran familia donde no existían rencores, envidias ni distinciones raciales. Era común sacrificar algunas terneras, que por lo general se asaban con cuero, invitándose a la totalidad de los pobladores que, tras la comida se dedicaban a los bailes, carreras cuadreras, de sortija, “tabeadas’’’ y toda clase de diversiones criollas. Era asimismo común que estas reuniones se realizaran en Caviahue, donde, en los campos de don Juan Lafontaine, había un “boliche” que surtía de comestibles y vinos a la transitoria población de las termas y donde los asados, cazuela de gallina y el buen vino chileno mataban el aburrimiento de los días de monótono isocronismo.
Ya en el año 1925 se instaló entre Zapala y Copahue la primera empresa de transporte perteneciente al Sr. Felipe Ezquiza, oriundo de Fuerte General Roca (Río Negro); el servicio de pasajeros se efectuaba en dos coches (Ford) y el tiempo que se empleaba dependía del estado de los ríos, pues no existiendo ningún puente, era necesario vadearlos, lo que en ocasiones era difícil, tanto por la velocidad y la altura de las aguas como por el fondo pedregoso y a veces blando que obligaba a cuartear los vehículos; para esta emergencia en los cauces difíciles se tenían listos pobladores con bueyes y caballos; la subida de Los Pinos constituía también un obstáculo penoso de salvar.
Al cabo de dos o tres años de funcionar este transporte, su propietario construyó un hotelito, ubicado al norte de la Laguna Verde. Por el año 1935, el señor Emilio Galle, instaló uno con capacidad de 40 personas.
Fuente: Más Neuquén