Todavía se discuten las causas de su deceso, en el contexto de un violento procedimiento policial. Se pidió intervención a forenses de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Hay cinco policías imputados.
A Robinson Leonardo Gatica le decían «negro» e «indio», y lo tenían catalogado como alcohólico y drogadicto desde la adolescencia. La relevancia que se le otorgó a ese perfil ocultó otros aspecto de su vida: el de un hombre que trabajó 11 años esperando un pase a planta que nunca llegó, en un sector insalubre para ganar un peso más; sobreprotector con su familia; que en su última noche con vida le compró helado al hijo menor porque era su postre favorito.
Este 20 de julio se cumple un año de la muerte de Gatica (32) en el contexto de un violento operativo policial en su vivienda del barrio Las Piedritas de Villa La Angostura. Tres informes forenses no coinciden sobre las causas del fallecimiento, por eso se pidió a una junta de notables de la Corte Suprema de Justicia de la Nación que emitan una especie de dictamen sobre los dictámenes. Mientras tanto, hay cinco policías imputados en libertad, pero con prohibición de acercamiento.
En el legajo figura un informe psicoambiental realizado por el psiquiatra y psicoanalista Oscar Pellegrini, a pedido de la querella que representa a la familia de Robinson, la abogada Lorena Miani y el abogado Luis Virgilio Sánchez.
El profesional, de amplia experiencia en el acompañamiento y protección a testigos y querellantes en los juicios contra el terrorismo de Estado, entrevistó a familiares, amigos, conocidos y compañeros de trabajo de la víctima. Eso le permitió confeccionar un cuadro desconocido hasta ahora sobre Robinson, el quinto de siete hijos de un matrimonio que se disolvió cuando él tenía 9 años.
Pese a todas las dificultades que debió enfrentar a lo largo de su corta vida, Robinson se esforzó para formar una familia y tener un trabajo estable para mantenerla con dignidad. Se casó, tuvo tres hijos, una vivienda en Las Piedritas donde moriría, y trabajó 11 años como contratado en la Municipalidad de La Angostura en el sector de recolección de residuos. Lo eligió porque le pagaban un plus por tarea insalubre.
Esperó un pase a planta que nunca se produjo. Excompañeros de trabajo dicen que era víctima de malos tratos, y que denunció un presunto robo de combustible.
A Robinson, indica el informe del psiquiatra Pellegrini, le gustaba ser y sentirse proveedor de su familia, incluso sobreprotector, y que no le faltara nada. La noche de su muerte les preparó la cena, y de postre sirvió helado, por pedido de su hijo más chico.
El otro aspecto de la vida de Robinson es el del joven que a los 12 años ya consumía alcohol, a los 14 fue internado en una comunidad terapéutica de la cual, según sus conocidos, «salió teniendo un mayor conocimiento referido a drogas».
Durante su adolescencia denunció en varias oportunidades violencia institucional por parte de la policía. A los 13 años le dijo a su seño, Viviana Núñez, «yo no llego a los 30».
Núñez publicó una carta luego de la muerte de su alumno, de la cual Pellegrini reproduce algunos fragmentos. «Portaba sobre sí blasones estigmatizantes, ser pobre, indio, negro, borracho y adicto (…) Con todo este bagaje en contra supo sobreponerse, salir de la indigencia y la marginalidad, proyectar una familia, tener hijos y hacerse cargo de ellos, estabilizar una situación laboral, disfrutar de ir de vacaciones con su familia, de escuchar música, tener sueños de inclusión y progreso en la vida, luchando siempre contra sus propias vulnerabilidades, contando siempre con sus afectos familiares y cierto reconocimiento de la comunidad, que hizo que el acontecimiento de su muerte violenta no pasara desapercibido para la sociedad. Un ‘nadie’ que gozaba de muchos afectos y el respeto de ‘notables’ del pueblo»
Fuente: Río Negro