Aunque sea una alerta de spoiler, vale recordar que hay ocasiones en las que el final de una historia no le hace justicia al cómo ni al quién; y eso que éste es un buen final: más de 90 chicas y chicos de la comunidad mapuche Millain Currical fueron incluidos en el plan de Becas Gregorio Álvarez gracias a la labor de un hombre: Adolfo Dinamarca.
Este relato es como los piños que recortan los faldeos de Cajón Chico, entre Loncopué y Caviahue: tan altos que parecen lejanas manchas de nieve, pero si se las mira con atención aparecen los chivos pastando. Así es la historia de Adolfo Dinamarca, un integrante de la comunidad Millain Currical que se puso al hombro -y bajo el brazo- más de 90 inscripciones al plan de becas Gregorio Álvarez de chicas y chicos de la comunidad, se subió a un colectivo en Loncopué y se bajó en Neuquén capital para anotarlos.
Adolfo presentó las carpetas de niñas y niños de los niveles de educación primaria, inicial y medio de las escuelas 110 de Pichaihue, 6 de Huncal, 330 de Trahuncura; y del anexo del CPEM 98 que funciona en la escuela de Huncal. Todos ellos fueron becados.
Claro que Adolfo es una parte de esta historia. Una de las más importantes, pero un manchón de nieve al fin. Faltará sumar a su compañera, Fátima Carrizo; a un Estado activo, funcionarios judiciales con sentido común y profesional y trabajadores del Consejo Provincial de Educación con ganas de hacer su trabajo con empatía y cariño. El resultado no falla: más de 90 estudiantes de los niveles inicial, primaria y media con su correspondiente beca.
¿Por qué entonces personalizar la historia en Dinamarca? Porque como dice un viejo verso del poeta entrerriano Juan L. Ortiz, “anónimamente, nada existe”. A primera vista, parece la historia de una persona solidaria, con mucha voluntad, preocupada por la comunidad de la que forma parte. Y de hecho lo es, pero con una pequeña ayuda de sus amigos, familiares, trabajadoras de Educación.
Foto: Adolfo junto al abuelo Celedonio Liñan, quien fue su referente en la comunidad.
¿Quién es Adolfo Dinamarca?
“Llevo el apellido de mi mamá, doña Ana Rosa Dinamarca, artesana, hija de don Pedro Dinamarca. Tengo el apellido de ella porque cuando yo nací ella todavía estaba soltera. Ella no sabe leer ni escribir, no fue a la escuela. Este año va a cumplir 65 años. Mi papá se llamaba José Santiago Coliman, albañil. Ellos se casaron después de que yo nací, en septiembre de 1980 y me criaron mis abuelos, doña Carmen y don Pedro, a quienes yo les decía mamá y papá. Mi abuelo falleció en el `87 y mi abuela en el `96 y en ese momento me fui a vivir con mis padres”.
Sus otros tres hermanos, Edit Mabel, Rubén y María Aidee, llevan el apellido de su papá, Colimán: “Los cuatro hermanos somos el uno para el otro, porque así nos enseñaron nuestros padres”.
Adolfo tiene cinco hijos: Rosalía es la mayor. Le siguen Santiago Nicolás, Enzo Adolfo, Arnoldo Saúl y Judit Marisol. “Por cuestiones de la vida me separé de su mamá y anduve unos años fuera de la comunidad, trabajando. En el 2014 conocí a Fátima (su compañera, pieza clave en esta historia) y desde entonces que voy y vengo de Neuquén a Pichaihue”
Comenzó a colaborar activamente con la comunidad de la mano de “el abuelo Celedonio Liñan”, como le dice con cariño a quien era el lonko en 1997: “Cuando yo empecé a colaborar con mi comunidad todavía no cumplía los 18 años. Él fue quien me enseñó a transitar por el camino de la conducción comunitaria, que años después me llevó a ser primero secretario, después lonko y hace muy poco dejé de ser segundo lonko”.
“El apellido Dinamarca viene de General Acha, provincia de La Pampa. Eran varios hermanos que llegaron como peones de campo para trabajar en la estancia El Pino, entre Loncopué y El Huecú. Ahí se conocieron varias hermanas Millain, entre ellas mi bisabuela, con los Dinamarca. Ellas eran artesanas que iban a vender tejidos, telares mapuche, peleras, cinchas y matrones. Ahí supuestamente comenzó el noviazgo de los hermanos Dinamarca con dos de las mujeres Millain. Después llegaron los hijos de esos hermanos Dinamarca con las hermanas Millain; y uno de ellos era mi abuelo don Pedro Dinamarca, el papá de mi mamá”.
Espíritu solidario
La academia define a la solidaridad como un sustantivo abstracto, pero suena insuficiente ese diccionario. Adolfo lo define con mejor amplitud: “Lo hice porque nosotros fuimos una familia muy, pero muy humilde, de las más humildes de la comunidad. Yo tuve la posibilidad de crecer en lo profesional, estudiar y capacitarme de grande. Este trabajo que hicimos junto con mi esposa fue un poco para devolver lo que recibimos. Es en agradecimiento a todo lo que nos ayudó la gente. Siento orgullo y alegría al colaborar y hacer esto por la gente porque cuando nosotros éramos chicos, alguien también lo hizo por nosotros”.
“Mi abuela crió ocho nietos. Y así crecimos, ayudándonos mutuamente. Tenía dos primos mayores, Domingo y Ramona; y el tercero era yo. Después estaban los más chicos. Hubo épocas muy difíciles, por ejemplo, cuando ella se enfermó. La gente nos ayudaba. Nosotros teníamos una yunta de bueyes, con el carro vendíamos leña y la cambiábamos por harina. En invierno, por ejemplo, cuando era difícil salir, yo iba a buscar los atados de leña y la llevaba al hombro para cambiarlo por mercadería”.
“Resolvimos hacerlo de esta forma porque la mayoría de las familias, en el resto de las localidades, contaban con ayuda cercana, de la municipalidad o algún otro organismo. Nosotros no teníamos esa posibilidad, además de que a algunos padres se le hacía muy difícil la comunicación y el entendimiento en el uso del internet y de las redes sociales, así que tomé la decisión y agarré un colectivo y me fui para Neuquén con toda la documentación. Antes llevamos al juez de paz para que las familias firmaran la declaración jurada en el mismo lugar; eso lo hicimos un día en Cajón Chico y otro en Portezuelo, que son los dos lugares más concurridos de la comunidad.
Foto: El juez de paz Pedro Sobarzo certificó las declaraciones juradas que las familias necesitaban como requisitos para postular a las becas.
Dar fe
El juez de paz de Añelo, Pedro Sobarzo, dio fe del testimonio de Adolfo, literalmente. Por esos días de marzo, Sobarzo estaba realizando una subrogancia en Loncopué y recibió el pedido de Dinamarca para certificar las declaraciones juradas que las familias necesitaban como requisitos para postular a las becas.
“Nosotros ya habíamos trabajado con la dirección de Juzgados de Paz y con Educación para facilitar estos trámites; cuando Adolfo me explicó la situación nos dimos cuenta de que ir hacia la comunidad era la única forma para garantizar las inscripciones”, explicó Sobarzo.
Un fin de semana y a bordo de la camioneta del juzgado, Sobarzo se trasladó los casi 40 kilómetros que separan a Loncopué de la comunidad Millain Currical, consiguieron prestado una posta sanitaria para poner una mesa y a trabajar.
Las certificaciones se hicieron en dos lugares, justamente para garantizar el acceso de toda la comunidad al programa de becas. “Fue un lindo trabajo, que me permitió conocer más en detalle a su gente; por ejemplo, a una señora que vive en una de las lagunas más altas y para llevar los papeles bajó tras horas a caballo, luego llevarlo a tiro hasta la ruta y si hubiera tenido que ir hasta Loncopué lo hubiera hecho a dedo, porque no hay colectivos”, graficó.
Después de la tarea de certificar las presentaciones y declaraciones, el domingo la comunidad invitó al juez a un asado a orillas de una de las lagunas de Loncopué, la parrilla con la mejor vista del mundo. “Durante las recorridas nos convidaron queso, tortas fritas, mate; pudimos hablar con todos”, sintetizó Sobarzo sobre la experiencia. “Hay muchos jueces de paz en distintas jurisdicciones que hacen este mismo trabajo. Por suerte tenemos el acompañamiento de la dirección de Juzgados de Paz que nos alientan a dar el acceso a la población, facilitando los trámites”.
Apoyo desde Educación
“A fines de marzo Adolfo se reúne con Amalín (Temi) para contarle la situación de la comunidad Millain Currical. Lo escuchamos y le explicamos todos los requisitos que debería reunir cada postulante a la beca. Él, con mucha predisposición, volvió a la comunidad y se encargó de juntar toda la documentación en formato papel para realizar la inscripción, con ayuda de los equipos técnico-pedagógico y administrativo de Becas”, detalló Lara Bustillos, una de las trabajadoras de Educación que puso oficio y corazón y acompañó a Adolfo y a Fátima en este proceso. “La verdad es que gracias a él cada niña y niño de esa comunidad puede acceder a la beca”, dijo.
“Se encargó de que ninguna familia se quedara sin la posibilidad de que los chicos se inscribieran y ha sido el nexo que hemos tenido para que todos los chicos y chicas de Pichaihue y de Huncal cuenten con la beca. Adolfo tiene un compromiso muy grande con su comunidad, hizo un enorme trabajo con las familias y siempre estuvo en contacto con nosotros para hacer todos los trámites”, aportó la directora provincial de Becas, Amalín Temi.