Ismael Ayala, el bombero que buscó hasta que encontró a Ezequiel Vergara: “No soy un héroe. Soy amigo. Y soy bombero”

La búsqueda de Ezequiel Vergara en primera persona

A Ezequiel lo conocí por la vida, por esas vueltas que da el pueblo. Tenía una conexión con la montaña que lo marcaba, que lo definía. Cuando desapareció, no lo dudé. Sabía que tenía que salir a buscarlo.

El día que subimos, iba con Pablo, su tío. Él es como un hermano para mí, tomamos taekwondo juntos y además somos amigos. Pero lo vi mal, estaba muy afectado. Por eso mi hermano Daniel se sumó a la caminata.

Desde chico camino estas montañas. A los 6 años ya trepaba senderos, y cuando entré al cuartel de bomberos, a los 19, confirmé que este era mi camino. Esa experiencia me ayudó mucho ese día. Le pedí a Pablo que me mostrara fotos y videos, y así fui identificando los lugares que Ezequiel solía visitar. Con cada imagen que me mostraba, trazaba una ruta mental, como un mapa de afecto.

Subimos, y en un punto Pablo no pudo seguir. Lo dejamos con Daniel y yo seguí solo. Caminé dos filos más y pasé un risco: ahí encontré la mochila. Desde ese punto, supe que estaba cerca.

Más arriba vi huellas. Las seguí, unos 200 metros, y apareció su campera. Eso me indicó que estaba en el camino correcto. El terreno se volvía cada vez más riesgoso, escarpado. Pero con precaución, trepé. Cada paso era una mezcla de tensión y esperanza.

Arriba decidí bajar por la otra ladera. Ya me había tocado hacer rescates en situaciones similares. Usé la campera como referencia y empecé el descenso, agarrándome de las piedras, sin poder mirar abajo.

Y ahí estaba. A menos de un metro. El cuerpo de Ezequiel.

La caída fue de unos 300 metros. Me quedé en silencio. No hay palabras para describir lo que se siente en ese momento. Sólo me enfoqué en volver. Escalé otra vez el paredón, fui corriendo hasta donde estaba la mochila y avisé a la policía. Ahí empezó el operativo para rescatarlo.


No buscaba reconocimiento. Solo quería ayudar a su familia. Darles la posibilidad de despedirse, de cerrar una etapa. Esa fue mi manera de honrar la amistad y de cumplir con mi vocación.

Hoy me queda la tranquilidad de haber hecho lo que sentía correcto. Y el dolor inevitable de haber perdido a un amigo.

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