Mediante la observación son capaces, incluso, de predecir lo que va a ocurrir en un determinado momento y adivinan si estamos contentos, tristes o enfermos.
Uno de los rasgos más sobresalientes de los perros es su gran capacidad de comunicación, tanto para transmitir sus deseos y estados de ánimo como para comprender lo que esperamos de ellos y cómo nos sentimos.
Toda una lección para quienes se supone que ocupamos el primer peldaño en la escala evolutiva para que repararemos en los que nos rodean (humanos y animales) para tratar de conocerlos mejor y lograr una comunicación lo más fluida posible.
“Entiende todo lo que le digo, ¡es listísimo!”. Seguramente habrá escuchado esta frase más de una vez o, incluso, la habrá pronunciado usted mismo. Su perro se sienta pacientemente a escuchar sus problemas en el trabajo y sus quejas por la subida de la hipoteca y sabe cuándo ha llegado la hora de comer o el momento de su paseo.
Además, se sienta cuando se lo pide y se muestra arrepentido cuando le regaña por alguna travesura. Lo que ocurre es que, a base de repetición, su mascota es capaz de identificar determinadas palabras, es decir, sonidos, con alguna acción u objeto y, dependiendo de lo que hable con él y de su capacidad de aprendizaje, podría llegar a reconocer unas cien palabras. Asimismo, por medio de la observación, sabrá que si se pone determinados zapatos, ese viejo abrigo y se acerca al lugar donde tiene su correa, ha llegado el momento de salir.
También, a través de nuestro tono de voz y de nuestro lenguaje corporal, los perros son capaces de adivinar nuestro estado de ánimo o la importancia de lo que le estamos diciendo o de la orden que le hemos dado.
Cuando les reprendemos por una mala conducta, lo único que perciben es que estamos enfadados por nuestra postura rígida y el tono de voz; no entienden que no deben morder la alfombra, sobre todo si ha pasado algún tiempo desde que lo hicieron, pero adoptarán una postura sumisa para tratar de apaciguarnos. Por repetición, y siempre que les cacemos con las manos en la masa, aprenderán que no deben adoptar determinado comportamiento.
Hay que tener muy presente que las palabras sólo refuerzan el mensaje no verbal que le transmitimos al perro y esto puede llevar a equívocos.
Debemos trabajar nuestro lenguaje corporal para no confundir al animal porque, en general, decimos una cosa y hacemos otra. Así, cuando queremos dar por terminado un juego, normalmente decimos algo como “bueno, vale ya que estoy cansado” al mismo tiempo que palmeamos el lomo del perro. Éste no entenderá lo que le decimos pero interpretará el gesto como una invitación a continuar con la diversión. Si impartimos una orden usando un tono y una postura poco firmes, seguramente conseguiremos que nos desobedezca o incluso que nos desafíe.
Habitualmente es el desconocimiento el que nos lleva a actuar de forma equivocada. Una de las situaciones más frecuentes es que el perro se aleje de nuestro lado durante el paseo, lo que provoca que nos desgañitemos llamándolo y que nos impacientemos cada vez más si no acude. Pero así sólo le daremos una excusa para que nos ignore: estamos enfadados y habrá consecuencias.
En este caso, lo acertado es convertirse en algo más atrayente que lo que ha captado su atención y esto se consigue con técnicas tan sencillas como ofreciéndole su juguete favorito o habiéndole acostumbrado a que acudir a nuestra llamada es siempre algo agradable para él porque consigue un premio o una caricia.